martes, 21 de abril de 2015

El templo y los mercaderes (II)


  - ¿Es usted un hombre religioso?. Quiero decir: ¿cree en lo sobrenatural?.

     - Creo en mi porcentaje.

       Johnny Depp en “La novena puerta”




         



Juan Valera (1824-1905) fue un político y diplomático del s. XIX a la vez que un ilustre novelista y escritor de relatos cortos. En uno de sus cuentos narra la historia de un ficticio Arzobispo de Toledo famoso por su austeridad y sus públicos alardes de penitencia. Se decía de él que vivía de forma espartana, que ayunaba muy a menudo y siempre comía sin carne, solo pescado, semillas y verduras en general, siendo su plato favorito un potaje de judías y garbanzos que, merced a una receta secreta, le preparaba su cocinero. Sin duda tal comportamiento era algo inusitado en una época en que el alto clero era conocido por sus dispendios, su amor al lujo y a los banquetes opíparos, pese a la miseria en que vivía la mayor parte de la población.

Ocurrió un día que hubo problemas entre los sirvientes y el cocinero fue despedido, todo lo cual inició un período de cambios en dicho puesto de cocinero de la sede arzobispal. Durante los siguientes meses múltiples cocineros fueron contratados eventualmente, pero ninguno acertaba a preparar los platos al gusto del Arzobispo, con lo que cada uno de ellos era pronto despedido y sustituido por otro nuevo cocinero, el cual a su vez no tardaba en ser despedido también, todo ello sin que nadie lograse afianzarse en el puesto.

Ocho o nueve cocineros después fue contratado uno más humilde y listo que los anteriores. Sabiendo que su futuro peligraba tuvo la brillante idea de ir a rogarle al primer cocinero despedido, aquel que tanto había durado en el puesto, que por favor le contase cómo se hacía el dichoso potaje que al arzobispo tanto le gustaba.

El caso es que no se sabe cómo pero logró convencerlo y en adelante, siguiendo con exactitud las instrucciones de su antecesor a la hora de preparar los platos y en especial el famoso potaje, resulta que el nuevo cocinero logró ganarse la confianza del ascético y frugal prelado y perdurar en su puesto de trabajo.

Sin embargo, con el tiempo, al cocinero empezó a pesarle la conciencia y un día pidió una audiencia al arzobispo para desahogarse y confesarle entre lágrimas el secreto del potaje:

-Excelentísimo señor, a pesar del profundo respeto que vuecencia me inspira he de reconocerle con gran pesar que lo estoy engañando, igual que hacía con usted su antiguo cocinero. No hay en el potaje que tanto le gusta y me manda prepararle casi a diario ni garbanzos, ni habichuelas, sino albondiguitas menudas hechas con el mejor jamón, pechuga de pollo, trozos de criadillas de carnero y riñoncitos de faisán, todo disuelto en un caldo preparado con los mejores mariscos... entre otras cosas.

El Arzobispo se quedó callado y, tras un rato de incómodo silencio, mandó salir al resto de criados de la estancia. Luego hizo aproximarse al cocinero, momento en que acerco su boca al oído del pobre hombre y le susurró:

- Pues engáñame tú también, ¡tonto¡.

viernes, 10 de abril de 2015

El templo y los mercaderes (I)


Escrito está, mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones, pero vosotros la estáis convirtiendo en una cueva de ladrones.


       

  Hoy os traigo la primera de dos entradas que pienso dedicar a contaros la historia (oculta) de las finanzas vaticanas y las cosas extrañas que han sucedido en torno a las mismas entre 1870 y la actualidad.