sábado, 11 de febrero de 2017

Estilo Llongueras


El arte siempre es político sobre todo cuando nos dicen que no lo es.

Sense8, episodio 13





De cara a comprender la forma en que las diferencias culturales condicionan el arte resulta muy útil contraponer la estatuaria griega y la romana. Como es bien conocido los romanos no solo fueron grandes admiradores de la escultura griega (de hecho la mayor parte de estatuas "griegas" que hoy conocemos son en realidad copias romanas) sino que además, debido a lo anterior, también emplearon a múltiples artistas de ese origen para decorar mansiones y edificios públicos por toda Italia. Sin embargo, a pesar de lo anterior, el sentido práctico del pueblo romano y su diferente trayectoria histórica como sociedad, la cual había llevado a los romanos a experimentar la influencia previa de la cultura etrusca, dotó a las esculturas romanas de unas características distintivas propias.

A saber, tanto griegos como romanos convirtieron al ser humano en el protagonista de las representaciones artísticas (algo que contrasta con el arte egipcio o el europeo medieval donde era la divinidad el sujeto central), pero los griegos trataron de resaltar sobre todo la belleza del cuerpo, idealizándolo. Únicamente en su etapa final, helenista, el arte griego buscó dotar de un auténtico realismo a sus obras, mostrando por ejemplo la fealdad, la vejez o el sufrimiento (y de hecho esto sucedió solo a veces). Lo curioso es que esa tendencia, en el fondo marginal en la trayectoria de la estatuaria griega, fue un elemento central del arte romano dado el carácter mucho más pragmático y austero de la cultura romana frente al idealismo y el esteticismo predominantes en el pensamiento griego. Por eso creo que la oposición helénico vs latino de la que hablo puede en cierta manera resumirse a través de las dos imágenes siguientes: 



Como vemos la misión del escultor romano no consistía en imaginar la “belleza ideal”, objetivo favorito del clasicismo griego, sino reproducir fielmente la naturaleza de lo real. Además en el caso romano cuando el escultor trabajaba no era con la pretensión de lucir su maestría técnica sino sobre todo de honrar a sus clientes, siendo en muchos casos el poder político supremo el cliente de turno. Esto explica el anonimato de los artistas romanos, considerados de esa forma meros artesanos, y la imposibilidad de estudiar la escultura romana desde la perspectiva individual de sus autores, a diferencia de como se hace en cambio con la estatuaria griega (Mirón, Policleto, Fidias, Praxíteles, Escopas, Lisipo…).

En relación con lo anterior entre los romanos la escultura tenía dos funciones esencialmente y ninguna de ellas se resumía en plasmar ideales estéticos. Por un lado su misión consistía en hacer propaganda pública del Estado y de las élites que lo controlaban y, por otro, recordar a los antepasados importantes de esos linajes de cara a prestigiar a sus herederos.

Así pues los romanos centraron progresivamente la escultura en dos campos: los relieves públicos exaltando las glorias, sobre todo militares, del Estado romano; y el retrato, campo que es el que me interesa hoy por todo lo que vengo comentando de que el retrato privado se centró a su vez en representar los personajes de forma naturalista, evitando toda idealización del representado. 

   Debido a ello, frente a los escasos retratos escultóricos griegos, parcialmente idealizados y bastante genéricos




   los escultores romanos alcanzaron una gran pericia en la plasmación de los rasgos individuales de cada rostro.

Por eso para comprender la estatuaria romana hay que entender que si bien los artistas griegos aportaron su técnica, los romanos impusieron su gusto por el retrato fisonómico descriptivo y sobre todo veraz. Una obsesión por el realismo que los romanos habían heredado de los etruscos.

Y es que los romanos tuvieron en común con los etruscos la gran importancia que le dieron al culto a los muertos. Por ello ya desde tiempos de la República los patricios romanos solían guardar imágenes de sus antepasados notables (“imagenes maiorum”) para honrarles recordando los méritos de su carrera política y militar así como para hacer honor de las virtudes del fallecido. Eso se hacía básicamente a través de mascarillas de cera o barro que luego se reproducían en arcilla pintada, e incluso bronce o mármol policromado. De esta forma surgió una tendencia a producir efigies en las cuales se recogían los rasgos faciales de personas diversas mediante un estilo sobrio, mostrando los defectos físicos del homenajeado sin ocultarlos ni suavizarlos.

En línea con lo anterior durante una primera etapa, que llega prácticamente hasta el final del período republicano, el retrato escultórico más frecuente consistía en bustos que mostraban sólo hasta el cuello, dando el máximo realce a la cabeza. Como podemos comprobar más abajo, en estas representaciones de Julio César, Cleopatra y Cicerón, por entonces el pelo se llevaba corto y casi sin peinar (e incluso los peinados femeninos eran relativamente simples en comparación con los que se volvieron habituales más adelante).




No obstante tras derrumbarse el sistema republicano, e imponerse en el Imperio la costumbre de elaborar efigies representando al Emperador (así como a los miembros de su familia) para luego enviar a las provincias copias de dichos retratos, los escultores romanos se encontraron con el problema de que el Emperador no debía ser presentado al público como un ciudadano más. Y a partir de esa paradoja comenzó una tensión entre la innata tendencia al realismo propia de la tradición escultórica romana y el idealismo de influencia griega que parecía adaptarse mejor a las necesidades concretas suscitadas por el nuevo poder imperial. 

Es así como poco a poco se fue imponiendo un nuevo tipo de retrato que servía de homenaje al Emperador y su familia así como expresión de su autoridad. En el mismo se aprecia habitualmente una tendencia idealizante al suavizar los escultores los defectos más acusados del retratado, en el caso del Emperador (como podemos observar en la imagen de más abajo representando a Claudio), mientras que por el contrario esos mismos artistas cuando representaban a personajes de menor rango, ajenos a la estirpe en el poder, siguieron manteniendo un enfoque plenamente realista.


La tensión entre esas dos concepciones de la representación no hizo sino aumentar a medida que el poder de los emperadores fue derivando en divinización. Resultado de todo esto fue la creación de un tipo nuevo de retrato en el que se representó al emperador desnudo o semidesnudo y coronado con laurel, o bien rodeado de atributos divinos como el águila de Júpiter, el padre de todas las divinidades. No obstante, para aumentar la indefinición creciente en que empezaron a vivir por entonces los escultores romanos, junto a estas estatuas apoteósicas del emperador divinizado a modo de los dioses griegos continuaron realizándose representaciones de éste con armadura militar, caracterizado como pontífice, o retratado como un ciudadano "corriente" vestido con la toga de la clase patricia romana.


Por su parte en lo que respecta a las mujeres la idealización de las matronas de la familia imperial no siguió exactamente los mismos parámetros que los de las figuras masculinas. En el caso de las mujeres de la familia imperial lo que ocurrió sobre todo a partir de Octavio Augusto fue la aparición de una tendencia encaminada a convertir sus representaciones públicas en piedra en imágenes donde la retratada pasaba a convertirse en emblema de las cualidades femeninas romanas: madre abnegada a la vez que casta y sufrida esposa.


La anterior evolución estilística no fue lineal ya que las tendencias generales que he resumido hasta aquí sufrieron ciertos momentos de zozobra con los cambios de dinastía. Por ejemplo con la caída de la dinastía Julio-Claudia y el advenimiento de los Flavios (a partir del año 69 de nuestra era), en pleno período de caos, el retrato imperial recobró algo de realismo ya que en muchas de sus representaciones los emperadores de esa dinastía muestran aspectos de hombres corrientes. En lo técnico en esos momentos se introdujo además en algunas estatuas un giro lateral de la cabeza que rompía con la frontalidad habitual en ese tipo de esculturas, las cuales en general aumentaron de tamaño. Por ejemplo, los típicos bustos conteniendo la imagen del representado empezaron a incluir también el pecho, los hombros y el comienzo de los brazos, al contrario que en épocas anteriores donde, salvo excepciones, apenas se mostraban la cabeza y el cuello, como ya comenté.


Más adelante llegaron los Antoninos (en el poder entre el año 96 y el 192). Con ellos la corriente realista pareció imponerse completamente. A destacar el particular tratamiento del pelo que se hizo habitual en las esculturas de la época, con la cabellera siempre abundante y rizada, muy diferente de los típicos peinados romanos lisos y cortos de época republicana. Además con los Antoninos irrumpió también la tendencia a portar largas y voluminosas barbas.





  Unos rasgos que se conservaron durante la dinastía de los Severos (193-235).



Mientras tanto los peinados femeninos se volvieron con el tiempo progresivamente más sofisticados y complicados (más abajo podemos ver a: Octavia, la hermana de Augusto; Popea, esposa de Nerón; Natidia, nieta de Trajano; y Julia Donna, esposa de Septimio Severo).  





   Pero tras la crisis del s. III y la llegada de la época Bajoimperial todo cambió. En ese período, sobre todo a partir del s. IV, el retrato, como toda la cultura romana en general, comenzó a evolucionar de un modo digamos anticlásico. El fino modelado desapareció, se empezaron a acentuar la simplicidad y el hieratismo, el sentido de la proporción y el gusto por el detalle comenzaron un rápido declive y, con el proceso de divinización de los emperadores completamente desbocado, se impusieron la deshumanización, la monumentalidad, la rigidez y la esquematización en las representaciones públicas del poder. Rasgos que heredó posteriormente el mundo cristiano que se impuso sobre las cenizas de un imperio agonizante. 



En ese momento de transición entre el mundo antiguo y el medieval se perdió definitivamente la preocupación por hacer retratos que mostrasen al espectador la realidad del representado. La tendencia realista de la estatuaria romana original quedó sepultada y se impuso la idealización, pero de una forma demasiado tosca para lo que era habitual en los griegos ya que se escogió la vía de una esquematización nada hermosa en términos estéticos. Por tanto la escultura del período se puede considerar ya “anti-clásica”. Comenzaba así por entonces la evolución hacia un nuevo tipo de arte que, con sus distintas variantes, llegó hasta los prolegómenos del Renacimiento. Momento durante el cual en Occidente se recuperaron postulados y técnicas propios de la antigüedad, en parte gracias al redescubrimiento por parte de diversos artistas de las esculturas "antiguas" y con ellas la obsesión por la belleza (y el movimiento) de los griegos así como el notable verismo fisonómico de los romanos. 

En resumen. Al contaros aquí una breve trayectoria de la escultura en el mundo romano he querido resaltar la existencia de diversas “ideologías” en el seno de la misma. Sobre todo a partir del s. II a.n.e. la admiración de las clases aristocráticas por la cultura helénica, y el hecho de que la mayor parte de los escultores que trabajaban en Roma por entonces fuesen de origen griego, generó una corriente de mimetismo hacia todo lo procedente de dicha cultura. Y dado que la estatuaria griega poseía un fuerte componente de idealización de la belleza eso tuvo sus efectos. No obstante esa tendencia hubo de coexistir con otra corriente de naturaleza realista propiamente latina, la cual evidenciaba la influencia etrusca durante las primeras etapas de formación de la civilización romana.

De tal forma durante la República predominaron los bustos muy realistas. Sin embargo en los primeros años del Imperio fueron frecuentes las representaciones escultóricas que combinaron ya la realidad (individualización del rostro) con cierta idealización (que se aprecia sobre todo en los cuerpos y la iconografía), si bien esa idealización del retratado no se orientaba a una finalidad puramente estética como en el caso griego. El pragmatismo romano perseguía el dar así más realce a la figura del representado y con ello prestigiar a las autoridades que detentaban el poder político. En ese sentido los romanos fueron profundamente modernos: al hacer más bonita, digna y omnipresente en espacios públicos la representación del poderoso sus artistas creaban una corriente de atracción o simpatía hacia las élites que gobernaban el Estado de cara a que a éstas les resultase más fácil imponer su autoridad sobre los gobernados.

Finalmente la convivencia forzada de retratos de tono realista con otros de trasfondo idealizado se mantuvo hasta que esta última tendencia se impuso en época Bajoimperial, derivando rápidamente en una simple esquematización ante la pérdida de pericia técnica de los artesanos y el declive de la cultura romana tradicional debido a la mezcla con el cristianismo y otros elementos externos a la misma. Es así como durante los siguiente siglos la legitimidad del poder pasó a dependen en gran medida de la (supuesta) proximidad a Dios (y a sus autoproclamados representantes en la tierra) de la estirpe gobernante y en cambio se desvinculó en gran medida de la propaganda organizada a través de grandes construcciones públicas, como había sido habitual en los momentos de plenitud del Estado romano.

Explicando esto hoy he pretendido mostrar que dentro de un mismo período artístico o de un estilo concreto existen diferencias de matiz que se sitúan muy por encima de los autores individuales. Asimismo hemos visto que el arte romano poseía un importante trasfondo político (aunque quizás esto sea más evidente si atendemos a los relieves en piedra o a las obras de ingeniería pública) y que a veces, en caso de duda, detalles como la evolución de los peinados y las modas nos pueden servir para datar esculturas antiguas y a través de ellas incluso todo el contexto arquitectónico en el seno del que aparecen ubicadas. 



9 comentarios:

  1. Muy interesante. Las imágenes de muestra son sumamente elocuentes; a partir de ahora cada vez que vea una escultura romana no podré evitar intentar observar dicha "tensión" y, por otra parte, la "moda". Gracias.

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    1. sí que es curioso lo de la "moda": los Antoninos vendrían a ser los hipsters de la época...

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  2. Muy interesante. Tengo una duda, viendo tanto blanco mármol. Por Primary colors aprendí que muchas estatuas griegas estaban policromadas. ¿Siguieron los romanos la tradición? Y si no, ¿porqué?
    Suyo afectísimo, etc, etc. :)

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    1. Sí, si, la siguieron. De hecho en la entrada que citas puse varios ejemplos de posibles reconstrucciones en color de arte romano. Dale otro vistazo. Pero igual que pasa con las estatuas y edificios griegos se ha perdido la pintura.

      En esta entrada simplemente no he tocado el tema para no mezclar cosas.

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    2. Coño, es verdad. Se ve que la memoria es selectiva. Me quedé con los griegos y los egipcios, y la parte de los romanos la había olvidado por completo.

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  3. Muy interesante. Crack.

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  4. Muy amena entrada y, además, de las más leídas del blog. Quizá las sugerentes turgencias de Liz hayan aportado algo... en todo caso explica brillantemente, con una sola imagen, por qué se pintaban las frías estatuas de mármol.

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  5. Por si alguien tiene interés en lo complicado que es recrear el peinado de una vestal romana:

    https://www.youtube.com/watch?v=eA9JYWh1r7U&feature=youtu.be

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  6. Interesante video sobre reconstrucción de rostros de algunos emperadores y emperatrices romanos en la Gliptoteca

    https://www.youtube.com/watch?v=PkYkuRHVD7g&feature=youtu.be

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