domingo, 12 de julio de 2015

Champú de huevo


Bien, tenemos un estado cuasicomunista, con mujeres armadas y lleno de judíos, bueno lleno del todo no, no olvidemos que también hay árabes.

Mad Men, “Babilonia”.



En este blog había dedicado anteriormente una entrada al mundo islámico de finales del s. XIX a los ojos de los primeros fotógrafos europeos. A lo largo de la misma, al referirme a esos pioneros de la fotografía que reflejaron la realidad del Oriente Próximo decimonónico, dejé en el tintero sin mencionarlo a un fotógrafo en concreto. 

Félix Bonfils fue un fotógrafo francés nacido en 1831 que en 1867 se mudó a Beirut, en el Líbano, junto a su hijo Adrien y su esposa Marie-Lydie Cabanis. Allí abrieron un estudio fotográfico llamado Maison Bonfils que una década después cambió su nombre a Bonfils et Cie.

Ese negocio familiar gozó de un gran éxito por diversas razones. Por ejemplo, Félix se hizo pasar entre los lugareños por un descendiente lejano de un emperador de Abisinia llamado Teodoro, de esa forma consiguió libertad para desplazarse por la zona y no ser molestado mientras tomaba imágenes de las gentes de la región. Gracias a ello, fundamentalmente durante los años 70 del s. XIX, logró acumular más de 10.000 fotografías de Líbano, Egipto, Palestina, Siria y también de Estambul o de algunas ciudades de Grecia.

Su trabajo no obstante se centró principalmente en la producción digamos de primitivas “postales” de los Santos Lugares citados por la Biblia en la zona de Jerusalén y alrededores. Imágenes que luego vendía a los turistas occidentales que visitaban la zona y querían llevarse un recuerdo.

Más adelante, tras la muerte de Félix acaecida en 1885, primero su hijo y luego su viuda siguieron ocupándose del estudio fotográfico hasta los comienzos de la I Guerra Mundial durante la cual fue abandonado.

El producto de todo ese esfuerzo es un legado muy relevante merced a la riqueza de las múltiples vistas panorámicas que los Bonfils tomaron de las ciudades de la zona y sobre todo la calidad técnica de esas imágenes. Esto último se debe a que a la hora de positivar sus fotografías los Bonfils usaron con gran pericia y fortuna el llamado “método de la albúmina”. El negativo de la fotografía quedaba plasmado en una placa de vidrio tratada con diversos componentes químicos a partir de la cual se pasaba la imagen a papel por contacto directo. El papel en cuestión era a su vez preparado con clara de huevo (albumen o albúmina), añadiendo también una sal como el bromuro de potasio. Una vez seco, el papel se introducía en una solución de nitrato de plata y se dejaba secar nuevamente. Posteriormente el papel así sensibilizado se ponía en contacto con el negativo dentro de una prensa y se exponía a la luz del sol varios minutos hasta que la imagen obtuviese la intensidad deseada. El caso es que mediante dicho procedimiento las copias "a la albúmina" de fotografías paisajísticas realizadas normalmente entre 1850 y 1890 (que fue más o menos el período de vigencia de ese método) se han conservado en muy buen estado hasta nuestros días, razón por la cual el legado fotográfico de los Bonfils, principalmente de las imágenes tomadas por el padre, constituye un testimonio visual sin parangón de cómo eran las ciudades y las gentes en el Levante otomano y sus áreas de influencia durante el último tercio del s. XIX.




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