jueves, 15 de mayo de 2014

Apocalypto



Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas.
                      
                         Rabindranath Tagore





 Hoy voy a hablar de algunas cuestiones muy generales relativas al mundo mesoamericano precolombino, su periodización, sus características, así como la historia de su (re)descubrimiento por parte de la cultura occidental y el desciframiento de la escritura maya.

   Decíamos ayer

   El último día os conté algunas cosas sobre el súbito colapso de la cultura Anasazi en Norteamérica. Un hecho tras el que había implicados diversos cambios de tipo climático y ecológico. El caso es que ese tipo de procesos de declive o decadencia con base medioambiental tuvieron bastante presencia en el mundo americano precolombino en general. 

 Las razones para ello son varias. La primera es que en dicho continente la mayoría de las civilizaciones más avanzadas (dentro de lo que cabe) nacieron vinculadas a entornos muy hostiles –selváticos, desérticos o bien de alta montaña- alejados de las llanuras aluviales próximas a grandes ríos en torno a las que se desarrolló la civilización en Oriente Medio, India o China. De hecho cabría preguntarse por qué el espacio más apto de todo el continente americano para contener una gran civilización -las llanuras centrales del actual EE.UU.- fue una de las pocas zonas donde no se desarrolló ninguna 

 Otra razón es que América se encuentra aislada por tierra (a diferencia del bloque que forman Eurasia y África), alejada del resto de continentes por dos grandes océanos. Además es un continente que se extiende de Norte a Sur recorriendo todas las variables climáticas y geográficas posibles.

   En relación con todo esto el mundo precolombino americano dio lugar a culturas relativamente exitosas en cuanto a sostener un aumento de la población en fechas bastante tempranas, pero con el tiempo esas mismas culturas fueron quedando tecnológicamente estancadas ante la ausencia de contactos culturales y comerciales con poblaciones de otros continentes, o incluso de intercambios con otros grupos humanos precolombinos.

  Esa falta de interacciones importantes entre las diversas civilizaciones americanas ubicadas en territorios alejados entre sí se debía a su vez a que el mundo americano precolombino, como se ha mencionado, se extiende  de Norte a Sur atravesando múltiples zonas climáticas en cada una de las cuales abundan a su vez los obstáculos naturales como desiertos, altiplanos o selvas. Además, entre la fauna autóctona de América no existían grandes herbívoros domesticables (caballos o camellos, por ejemplo) que pudiesen facilitar el desplazamiento humano a grandes distancias. Por culpa de esto último tampoco se pudo desarrollar con éxito la rueda (aunque era conocida) y al no existir estas facilidades para el transporte a grandes distancias no hubo grandes desplazamientos de pueblos pastores nómadas que pusiesen en contacto culturas distantes entre sí. Tampoco fue posible debido a ello la existencia de Imperios lo suficientemente extensos o de redes logísticas lo bastante amplias como para generar y sostener grandes rutas comerciales (al estilo de la Ruta de la Seda) que sirvieran de vía de contacto entre zonas muy alejadas. Algo que sin embargo sí ocurrió en Europa y Asia, continentes en los que gracias a la existencia de llanuras, mares interiores, grandes cursos fluviales y abundancia de caballos, fue relativamente fácil mantener cohesionadas, comunicadas y abastecidas, estructuras estatales cuya influencia se extendía a lo largo de áreas muy amplias.

   Es verdad que la llegada de los europeos coincidió, tanto en el mundo mesoamericano como en el andino, precisamente con la reciente eclosión en ambas áreas de dos grandes imperios de tinte militarista (aztecas e incas respectivamente). Pero se trataba de imperios que, no obstante, habían alcanzado rápidamente unas fronteras naturales más o menos estables y -justo en el momento de ser destruidos abruptamente por los españoles- se encontraban probablemente a punto de estancarse también, igual que había ocurrido con anterioridad a otras formaciones parecidas por todo el continente debido a las razones que he intentado explicar.  

Debido a todo ello incluso las civilizaciones precolombinas más avanzadas tuvieron siempre unos pies de barro. Una vez alcanzado un cierto límite de desarrollo tendieron una y otra vez a fosilizarse y, por efecto de esto último, con el tiempo se mostraron muy vulnerables a los desafíos (tremendos por otra parte) que se les presentaron.  

Por ejemplo. En plena zona andina al Norte del actual Perú, cerca de la frontera con Ecuador, a finales del s. VI la cultura Moche sufrió los efectos de treinta años de sequía prolongada, un contratiempo que acabó desembocando en la práctica desaparición de los pobres mochicas. También en ese mismo área entre la costa peruana y los Andes se ubicaba por entonces la cultura Nazca, en este caso ocupando la zona centro-Sur del actual Perú. Dicha cultura también se vio muy afectada por esos sucesos mencionados y tiempo después entró en decadencia -más o menos a finales del s. VII- posiblemente debido a un retroceso de la frontera agrícola en sus territorios a expensas del desierto. Esto se debió a su vez a una tala excesiva, llevada a cabo por los nazca, de los bosques de árboles huarangos que en la zona cumplían una importante función sirviendo de frontera a la erosión y afianzando el terreno con sus raíces. Al debilitar dicha barrera forestal los nazca facilitaron que poco a poco las inundaciones y desplazamientos de terreno producidos por fuertes lluvias en la zona se llevasen por delante la capa de suelo fértil de sus terrenos de cultivo, como sostiene David Beresford-Jones de la U. de Cambridge en un artículo publicado en Nature en el año 2009.   


   Más adelante, a finales del s. X, casi en el mismo área andina donde sucedió todo lo anterior coexistían en este caso un poderoso Estado de tintes militares (Huari) implantado en la zona del centro de Perú, y un gran centro religioso (Tiahuanaco) que a su vez extendía su influencia y control por el Sur de Perú y el Oeste de Bolivia. Ambos poderes aparentemene condenados a enfrentarse y destruirse mutuamente en realidad entraron en decadencia de forma autónoma y casi simultánea cuando debieron afrontar a finales del s. X una intensificación episódica de la sequía debida a una nueva caída de precipitaciones en toda la zona costera de los Andes centrales en torno al 950. Dicha sequía inició la decadencia de ambas potencias, algo de lo cual ya nunca se recuperaron, hasta que ambas entidades acabaron desapareciendo entre finales del s. XII y principios del s. XIII tras atravesar un largo proceso de descomposición interna y despoblación de las ciudades parecido al narrado en su día para los Anasazi. Por su parte en el área del actual México entre el año 900 y el 1050 fueron abandonadas, una vez más debido a la sequía, urbes como Cantona. 

Como se ve las grandes civilizaciones de la zona resultaron históricamente muy vulnerables a cualquier oscilación de las condiciones óptimas en torno a las cuales se habían expandido el Neolítico y la vida urbana. En base a unos tempranos desarrollos agrícolas la población precolombina de algunas zonas clave de América no dejó de crecer, pero en cambio la tecnología de las culturas de esas zonas no se desarrolló más allá de los primeros estadios: no solo la rueda o la moneda (aunque se usaban medios de cambio como los granos de cacao) sino que el trabajo de metales como el hierro, o la invención de algún tipo de arado, no se produjeron jamás, imposibilitándose así el salto hacia niveles tecnológicos y de desarrollo superiores.  

Podría argumentarse que a comienzos de nuestra Edad Media la brecha entre las civilizaciones precolombinas más pujantes y las culturas asentadas en otras partes del mundo no era para nada insalvable o incluso no existía apenas. En cambio mil años después, cuando los conquistadores españoles llegaron a la región, las grandes civilizaciones precolombinas del momento no solo no habían superado muchos de los picos de desarrollo alcanzados por sus ancestros unos mil años antes sino que en algunas zonas habían retrocedido. Esto, además de al “determinismo geográfico” planteado más atrás, se debió también a que los progresos “científicos” de las poderosísimas élites sacerdotales (las detentadoras del conocimiento en casi todos los niveles embrionarios de civilización en el continente americano) se centraron demasiado en cuestiones astronómicas abstractas. Quizás debido a lo anterior, la innovación en cuanto a la mejora de la tecnología cotidiana brilló por su ausencia entre las culturas del continente americano, al menos una vez sobrepasado un determinado punto. Eso es algo que en otras partes del globo no fue tan intenso, o al menos logró ser soslayado por grupos de comerciantes y artesanos. Esas élites dentro de Eurasia siempre se mostraron muy activas en la mejora constante de los utensilios cotidianos para el transporte, la agricultura, la navegación o los intercambias, campos que en el mundo precolombino se mantuvieron siempre mucho más inmóviles debido a los problemas geográficos explicados y a la primacía absoluta que en las sociedades de la zona alcanzaron las castas sacerdotales y guerreras.

Mesoamérica 

Una vez precisado esto, hoy vamos a centrarnos en el Área maya, ubicada dentro de lo que se viene a llamar el área cultural mesoamericana. Mesoamérica es una zona que se extendería desde el centro del actual México (dejando al margen la zona desértica al Norte que hoy forma frontera con los EE.UU.) hasta Honduras (dejando fuera del conjunto parte de América Central, en concreto a Nicaragua, Costa Rica y Panamá). Mesoamérica es por tanto un área definida en base a un criterio más históricos que geográfico y se refiere a la existencia en dicha zona de algo parecido a una cierta entente cultural durante la etapa Precolombina, un poco de forma parecida a lo que ocurrió con el mundo costero mediterráneo en torno a la cultura grecolatina durante buena parte de nuestra Edad Antigua.

Eso se debe a que los diversos pueblos de la región mesoamericana probablemente bebieron en los albores de la civilización de una única cultura formativa primigenia, la olmeca, ubicada en torno a la Costa del Golfo de México. Se cree que en cierta forma los olmecas desempeñaron en la región un papel parecido al de los griegos en el caso de la Europa mediterránea, sentando unas bases sobre las que luego se expandió de alguna manera una trasfondo cultural común a través de un amplio territorio mucho más allá de las fronteras originales que ellos como pueblo llegaron a controlar.  

Es por eso que como producto de esas fuentes comunes toda la región compartió desde el Neolítico un sistema agrícola más o menos parecido, basado en el cultivo del maíz y de algunos otros alimentos de apoyo como la calabaza y los frijoles (estos últimos ya según las particularidades del suelo y el clima de cada zona).  

También se expandieron por todo el área un sistema de escritura basado fundamentalmente en una especie de ideogramas (llamados glifos) impresos en piedra, también un tipo de papel vegetal obtenido a partir de madera, y unas matemáticas no decimales sino  vigesimales, bastante avanzadas pese a todo ya que reconocían la importancia de la numeración posicional y el número cero.

    Asimismo, y en conexión con lo anterior, se extendió a lo largo de toda la zona el uso de un sistema de calendario doble. Dicho sistema de cuenta del tiempo tenía la peculiaridad de que combinada un año solar de 365 días con otro calendario sagrado de solo 260 días. Ese sistema era bastante sofisticado y de hecho, cuando los españoles llegaron a Mesoamérica, el cálculo del año de los mayas era el más preciso de todo el planeta, por encima incluso del calendario juliano vigente en Europa antes de la reforma gregoriana de 1582 (la que básicamente lleva a nuestro calendario actual).  

   Dicho éxito era producto del gran interés de las élites sacerdotales de la región en cuanto a las matemáticas y la astronomía aplicadas precisamente al estudio del calendario. Una obsesión relacionada a su vez con la expansión por toda la zona de un concepto circular del tiempo histórico y en general una teología basada en la existencia de continuos ciclos de nacimiento, destrucción y renacimiento, que afectarían tanto a los supuestos dioses como al propio mundo terrenal.  

Por su parte ese último aspecto citado constituyó un rasgo particularmente interesante de la mentalidad mesoamericana precolombina ya que sin duda todas las sociedades que poblaron la zona estaban profundamente influidas por esa teología más o menos común de tintes fatalistas, la cual condicionaba la vida de los habitantes, parte de su organización social (profundamente jerarquizada, con importantes castas sacerdotales en su seno) y desde luego casi todas sus realizaciones artísticas, sobre todo en el plano arquitectónico.  

Quizás ese matiz macabro y pesimista que trascendía la cosmovisión local se debía a que las poblaciones de la región debían convivir necesariamente con un entorno bastante hostil de selvas, pantanos, huracanes, erupciones volcánicas, terremotos, además de sequías, así como otra serie de contratiempos orográficos y desastres naturales. En ese contexto seguramente resultaba difícil imaginarse unos dioses pacíficos y benignos. Pero fuese debido a eso o por otra razón el caso es que las religiones nacidas en el entorno mesoamericano se caracterizaron casi unánimemente por dibujar unos comportamientos de sus dioses no puramente basados en criterios éticos o racionales. De lo anterior se derivaba además que por toda la región se hubiese extendido una misma cultura favorable a los sacrificios humanos, vinculada a una supuesta necesidad constante de alimentar mediante sangre a los dioses para que estos no perdiesen su fuerza, o simplemente para intentar apaciguarlos o bien predisponerlos.  

Por último es también en relación con esas cuestiones religiosas como hay que entender la expansión por Mesoamérica de diversas variantes del juego de la pelota, así como de una forma más o menos común de construir templos en lo alto de pirámides basándose para ello en la superposición de terrazas (como las que se ven a la izquierda pertenecientes a Teotihuacan, en la zona central de México, fuera por tanto del área maya y construidas mientras en Europa se producían la implantación y auge del Imperio en el mundo romano). Terrazas frecuentemente rellenas de tierra o de cascotes y normalmente solo recubiertas de grandes bloques de piedra en su exterior. Es más las pirámides mesoamericanas en general y las mayas en particular también se diferencian de las egipcias en cuanto a que en ocasiones servían ciertamente para albergar algún enterramiento dinástico pero esa no era su única ni principal misión. Las pirámides mesoamericanas se ubicaban en las ciudades, no en complejos aislados, eran transitables y servían ante todo para albergar y servir de pódium a un templo en su cúspide desde el cual se realizaban rituales públicos y periódicos así como ocasionales observaciones astronómicas. Además se empezaron a construir más de mil años después de los primeros zigurats y casi dos mil años después de las primeras pirámides.  

No obstante, pese a ese trasfondo cultural y material más o menos homogéneo, el área mesoamericana no llegó a conocer jamás un Estado unificado. En otras palabras, hasta la llegada de los españoles la región jamás tuvo una historia común, al menos en el plano político. Por ello desde la perspectiva arqueológica la historia mesoamericana se parcela separando entre sí diversas zonas, cada una de las cuales tuvo su importancia en períodos diferentes y manifiesta pequeñas características únicas. De esta forma para poder estudiar mejor la etapa histórica prehispánica dentro del área mesoamericana se suelen estudiar por separado las trayectorias históricas de cada una de las dos costas del Sur de México; el área central en torno a la actual Ciudad de México; y la zona históricamente ocupada por los mayas en el Sur. Cada uno de esos entornos sería una unidad en sí misma y poseería una trayectoria más o menos propia durante el periodo precolombino. 

Lo cierto es que, como se ha insinuado más atrás, la civilización como tal irrumpió  en la región primeramente en torno a la costa caribeña del golfo de México, lugar donde apareció la primera gran cultura de toda la zona, la olmeca. Más adelante los dos grandes focos de civilización fueron por un lado el altiplano central mexicano y el área maya. En el altiplano central es donde se ubicaron las mayores ciudades de la zona mesoamericana exceptuando las mayas, caso de Teotihuacán o Tenochtitlán; donde se asentaron diversos pueblos belicosos con tendencia a construir imperios de alcance regional, caso de los toltecas o posteriormente el imperio azteca; y donde se hablaba la lengua náhuatl. Por su parte la zona maya, el otro gran foco cultural de la región, se caracterizó en cambio por atomizarse en un mosaico de ciudades estado que compartían una lengua maya más o menos común así como un tipo de arte, creencias y organización social semejante.

Más allá de esa dicotomía general dentro de cada uno de esos conjuntos se pueden ubicar nuevas subdivisiones. En lo que a mi concierne y para no dispersarme demasiado a partir de aquí voy a centrarme en el área ocupada por la cultura maya exclusivamente (unos 300.000 km cuadrados pertenecientes a los países actuales de Guatemala, Belice, Honduras, El Salvador y algunos territorios del sureste de México). Esa área se suele subdividir a su vez siguiendo criterios arqueológicos y artísticos ya que evidentemente las actuales fronteras de países que dividen la zona no tenían ningún significado en el momento en que vivieron los mayas. 

   Por otra parte han sido arqueólogos junto con historiadores del arte los que más han estudiado las civilizaciones precolombinas, de ahí que se utilicen mucho las tipologías relacionadas con la cultura material como indicadores de cara a clasificar en períodos la historia de la zona.

   Debido a lo anterior, en cuanto a la arquitectura de los templos mayas por ejemplo, se habla de un estilo propio de Petén caracterizado por la construcción de enormes plataformas sobre las que se instalaban otras estructuras y también altos basamentos escalonados y templos adornados con una crestería; de un "estilo Palenque" caracterizado por edificios bajos y basamentos con muros lisos; un "estilo Río Bec" el cual presenta torres en los extremos de edificios alargados; un "estilo Chenes", parecido al anterior pero añadiendo mucha decoración a las fachadas; o un "estilo Puuc" donde solo se decoraban predominantemente los frisos de las fachadas. Al final, gracias a lo anterior, se puede parcelar el mapa de la región en función de zonas que comparten una cierta tradición arquitectónica o unos rasgos artísticos más o menos comunes, los cuales en buena parte de los casos podemos suponer que son compartidos precisamente debido a que en algún momento las ciudades de la zona también compartieron lazos políticos de algún tipo.  

Por lo que respecta a la escultura de los mayas –esencialmente los bajorrelieves tallados en estelas- también nos sirve para establecer estilos regionales. Los estilos de Copán o Quirigua contrastan con los de Palenque, Yaxchilán o Tikal, en el sentido de que si bien estos últimos representan un arte armónico y “clásico” los primeros resultan en cambio fundamentalmente "barrocos", muy recargados.  

Entre los mayas era también muy habitual la construcción de diversos tipos de falsas bóvedas con forma de arco (lo que destaca en una arquitectura mesoamericana generalmente adintelada, es decir de techos planos) “haciendo trampas” a base de colocar a ambos lados de un vano bloques de piedra escalonados de manera uniforme.  
        
Al final en función de las tipologías adoptadas para bóvedas o para organizar las fachadas y plataformas de los templos (unos párrafos más atrás he dejando un cuadro informativo al respecto con distintas soluciones de estructuras de "talud y tablero" adoptadas a lo largo de todo el área mesoamericana) es posible identificar incluso la ciudad exacta a la que una construcción pertenece ya que la arquitectura en piedra mesoamericana en general, y la maya en particular, poseían un sentido más simbólico, estético e identificativo, que puramente funcional.  

Por ejemplo, vamos a hacer un pequeño ejercicio. Fijaos en la cúspide del templo cuya imagen pongo debajo de estas líneas. El mismo se encuentra ubicado sobre una base en forma de pirámide en Chichén Itzá y su techumbre resulta inequívocamente plana.

        

   Sin embargo esa misma parte se aprecia más redondeda y elaborada en los edificios de la zona de Palenque (imagen de debajo).

         

    Mientras que en la zona de Tikal se colocan ahí unas crestas con forma de "peineta" que son muy características de los templos de la zona, por demás mucho más abruptos, estilizados y en pendiente que el que vimos en primer lugar. 

                               

    No obstante -pese a que, como se ha dicho, diferentes áreas locales presentan particularidades- la zona maya como conjunto, y por encima de ella todo el área mesoamericana al completo, responden a la periodización de su larga, compleja y dilatada historia en tres grandes etapas: Formativo o PreClásico, Clásico y Postclásico.                                          

Por su parte esas tres grandes fases suelen dividirse en subetapas, siendo a su vez la división del Período Clásico en dos fases algo particularmente identificativo del caso maya.

Al final los mayas resultan interesantes no porque predijesen el fin del mundo para el 2012  sino por otra cosa. Lo que ocurre con la cultura maya es lo siguiente. Tras un primer florecimiento a partir del s. III de nuestra era encontramos a los mayas poblando sobre todo zonas de las actuales Guatemala, Honduras, Chiapas y El Salvador, zonas donde se asentaban sus principales ciudades (Copán, Tikal o Piedras Negras) por aquel entonces. De repente, en el momento cumbre de su cultura, justo cuando habían conseguido desarrollar unos conocimientos arquitectónicos y matemáticos adelantados a su tiempo para la época, a finales del s. IX y comienzos del s. X se produjo un repentino colapso de su cultura coincidiendo con el final del llamado Período Clásico (o, para ser más precisos, la Fase Clásica Tardía).

   En ese momento, se produjo el súbito abandono masivo de todas sus grandes urbes en el Sur y una migración de las poblaciones y la cultura maya hacia el Norte, sobre todo a la zona de Yucatán, donde a partir entonces florecieron otras ciudades como Chichén Itzá o Mayapán, en torno a las cuales los mayas recuperaron todavía durante unos siglos un cierto esplendor de su vida urbana y su cultura (durante el llamado Período Postclásico) hasta que progresivamente también esos nuevos centros mayas de Yucatán entraron en decadencia a mediados del s. XV, pocas décadas antes de los primeros contactos de los conquistadores y exploradores españoles con la zona.  

A intentar explicar las razones de esa súbita decadencia maya durante el s. IX y luego la repetición de la misma nuevamente unos siglos después dedicaré otra entrada dentro de algún tiempo. Aunque, a continuación, todavía vamos a intentar aprender algunas cosas al respecto de qué es lo que sabemos sobre los mayas y cómo lo sabemos. 

El control de la memoria

 A diferencia de lo que se suele pensar, los españoles no lo tuvieron tan fácil como con los aztecas para someter a los mayas, incluso decadentes. Cortés pese a una primera victoria contra pueblos mayas en la batalla de Centla en 1519 fracasó más adelante en sus intentos por expandir el poder hispano en la zona (como hizo también en Europa cuando intentó reverdecer glorias pasadas ante la ciudad de Argel). Además con los mayas se dio el caso mitad legendario, mitad exagerado, pero sin duda con una base, de un caudillo español que se aculturó, se pasó al bando enemigo y acabo ayudando a los indígenas a combatir contra su antiguo pueblo (de ese hombre, Gonzalo Guerrero, hablaremos tal vez otro día).  

     Por unas cosas o por otras, así como por la frondosidad de la selva en torno a sus últimos reductos de resistencia, la asimilación de los mayas dentro del imperio hispano formado en América fue tardía y progresiva, como la de los araucanos chilenos, y no puede considerarse como definitiva hasta nada menos que 1697. En ese año el navarro Martín de Urzúa, caballero de la orden de Santiago y por entonces gobernador de Yucatán, conquistó los últimos reductos mayas. Reductos que para entonces se habían desplazado una vez más de vuelta hacia el Sur (de donde era originaria la cultura maya), lejos de la costa del Yucatán. Por ello los últimos mayas libres tuvieron que ser vencidos en las selvas de la zona de Guatemala, cerca de sus antiguas ciudades, lugar en el que una vez había estado la cuna de su civilización y donde, en un guiño del destino, dicha civilización encontró su final, ya caduca, superada, agotada e impotente.  

    En todo caso los mayas que se encontraron los españoles no construían ni vivían en grandes ciudades, o siquiera en las ruinas de sus antiguas metrópolis. Para entonces eran a todos los efectos prácticamente un pueblo de “indios de la selva” atrasados y que vivían diseminados por pequeños poblados en la jungla, gracias a lo cual pudieron limitarse a practicar una especie de guerra de guerrillas. De hecho eso fue lo que paradójicamente les permitió resistir a los españoles con cierta eficacia: al encontrarse en decadencia a la llegada de los españoles y no habitar ya grandes centros urbanos que los españoles pudieran usar como objetivos para atacar -y a través de ellos dominar el territorio- los mayas lo tuvieron más "fácil" que aztecas o incas a la hora de resistir la conquista. Por un tiempo al menos. 

   Sin embargo la consecuencia de esto último fue que, aunque parezca sorprendente, los españoles no establecieron una conexión entre las extraordinarias ruinas de grandes ciudades que encontraron engullidas por la selva cuando llegaron a la zona y los mayas que vivían en la región. Para los españoles estaba claro que aquellos indios atrasados no podían ser los descendientes de la civilización, sin duda pujante y avanzada, que había construido las antiguas ciudades cuyas ruinas se acumulaban por los alrededores. Además, como eran españoles -militares y sacerdotes españoles sobre todo- tampoco le dieron muchas vueltas a esas cuestiones, se olvidaron de las misteriosas ruinas diseminadas por la selva y se dedicaron a violar indias, predicar el cristianismo y buscar oro. 

   Quizás estoy siendo cruel (no demasiado) con mi última frase porque hubo algunas excepciones a lo anterior. Pocas pero las hubo. Inicialmente las de Fray Lorenzo de Bienvenida y Fray Diego de Landa (obispo de Yucatán), dos eclesiásticos que, por separado y cada uno a su manera, más o menos se interesaron por aquellas misteriosas ruinas y su posible conexión con los indios mayas que vivían en sus parroquias. 

   Aunque de todas formas ese tipo de iniciativas fueron muy puntuales y tampoco llevaron a nada en su momento debido a la obcecación de los hombres de fe que las protagonizaron. A ese respecto la figura de Diego de Landa resulta clave ya que concentra en su persona todas las paradojas y contradicciones de los eclesiásticos españoles del s. XVI (y casi que del resto de la historia) pues a la vez que intentaban defender el supuesto bienestar de sus feligreses no dejaban de actuar como agentes de un sistema social, político e ideológico totalmente contrario a los intereses objetivos de aquellas gentes que pretendían defender. No obstante, para comprender la importancia (a su pesar) de Diego de Landa en lo que a la historia mesoamericana se refiere hay que entender antes otra cosa. 

   Los textos más antiguos encontrados escritos por los mayas se remontan al s. III a.n.e. aunque en este caso se trata de signos grabados en estelas de piedra y dinteles de primitivos templos. Más adelante, en la época clásica (años 250-900) los mayas desarrollaron también su propio sistema para escribir "libros". En su caso no usaban ni papel, ni pergamino, sino partes interiores resecas de la corteza de ciertos árboles mezcladas con cal. Ese “papel maya” (o huun) superior en textura, durabilidad y plasticidad al papiro egipcio, les sirvió para redactar verdaderos libros religiosos, matemáticos o de historia, a veces de más de cien páginas de extensión. Los encargados de ello eran una clase de escribas profesionales muy relacionados con los templos y en cierta forma parecida a la de sus homólogos del Egipto faraónico. Pasados los siglos, cuando llegaron los españoles a la zona, los mayas habían dejado de escribir en piedra pero seguían componiendo o al menos conservando esos "libros" que hoy los descubridores dieron en llamar "códices" porque la mayor parte de su contenido estaba formado por ilustraciones.

   La existencia de dichos libros nos la confirman testimonios de cronistas como Alonso de Zorita que en su famosa "Relación de las cosas notables de la Nueva España" afirmó haber visto (quizás en los primeros años 50 del s. XVI) numerosos libros en las tierras altas de Guatemala en los que “ellos [los mayas] anotan su historia por más de ochocientos años atrás y fueron interpretados ante mí por indios muy ancianos”. Lo que es más, el eclesiástico Francisco López de Gómara en su "Historia General de las Indias con todo el descubrimiento y cosas notables que han acaecido dende que se ganaron hasta el año de 1551" menciona de pasada haber visto este tipo de libros escritos por los aztecas: “pusieron también con estas cosas algunos libros de figuras por letras, que usan los mexicanos, cogidos como paños, escritos por todas partes. Unos eran de algodón y engrudo, y otros de hojas de metl, que sirven de papel; cosa harto de ver. Pero como no los entendieron, no los estimaron"

   Pues bien. Diego de Landa compaginó la redacción de una interesante "Relación de las cosas del Yucatán" (escrita entre 1566 y 73), en la cual se interesaba por el legado de la cultura maya en las poblaciones de su diócesis, con el hecho de haberse encargado personalmente de la destrucción de la mayor parte de los códices mayas existentes. Según sus propias palabras: "Encontramos un gran número de libros y puesto que no contenían nada (sic) excepto supersticiones y falsedades obra del demonio los quemamos todos". Tanto es así que tras su labor -particularmente una gran quema de docenas de “libros” mayas que ordenó llevar a cabo en 1562- el legado escrito de los mayas, al margen de los glifos grabados en piedra (que esos sí se han conservado en su mayoría), puede contarse prácticamente con los dedos de una mano. De hecho hoy en día se conservan solo cuatro Códices mayas (los identificados como “Dresde”, “Madrid” o Tro-Cortesianus, “París” o Peresianus, y “Grolier”). Es decir, solo nos quedarían en total cuatro “libros” escritos por los mayas de todos los que redactaron consignando su historia de su puño y letra, mediante su propia escritura y mientras aún eran una civilización pujante o al menos independiente.

   Debajo de estas líneas consigno como ejemplo las imágenes de dos páginas (en concreto las páginas nº 2 y nº 13) del Códice Dresde. En realidad son cuatro imágenes, la primera de cada par corresponde a una fotografía de la página del códice tal como puede verse hoy en día, mientras que a continuación de la misma adjunto un esquema "a limpio" de los símbolos -los famosos glifos, de los que vamos a hablar mucho hoy- que en realidad contiene dicha página (es "transcrita" así como debe mirarse para poder ser correctamente leída y traducida).

                                                                                                   
                                                                   

   Por supuesto, de igual forma, casi todos los llamados Códices mexicas obra de los aztecas fueron también destruidos durante o inmediatamente después de la conquista. Se conservan pese a todo en torno a un centenar de volúmenes, sobre todo conteniendo imágenes, destacando los llamados “Borbónico”, “Mendocino”, “Boturini”, “Osuna”, “Aubin”, “Ixtlilxochitl”, “Magliabechiano”, “Borgia”, “Cospi”, “Fejéváry-Mayer”, “Laud”, “Tonalamatl”, “Cozcatzin”, “Selden”, “Xolotl”, “Telleriano-Remensis”, también dos más, conocidos ambos como “Vaticanus”; así como cuatro códices pertenecientes al llamado Grupo Mixteca (“Egerton 2895”, “Vindobonensis Mexicanus 1”, “Zouche-Nuttall”, y “Becker I / II”). Aunque para incluir todo ese material hay que ser poco escrupuloso y aceptar esencialmente códices aparecidos de la nada, en mal estado de conservación, que no contienen apenas páginas, y elaborados después de la conquista española y no antes. Es el caso de, por ejemplo, el códice "Mendocino" o "Mendoza" -que es precisamente a través del cual conocemos la famosa leyenda del águila, la serpiente y la fundación de Tenochtitlán-  recopilado por orden del virrey español Antonio de Mendoza. En la práctica lo elaboraron escribas del centro del actual Mexico, quizás aztecas supervivientes inspirados por un texto previo de época precolonial perdido, pero luego es muy evidente que fue revisado por un escribano español. También es el caso del "Códice Chimalpáhin" redactado en náhuatl por dos miembros de poderosos linajes locales pero en el s. XVII. A decir verdad, de todos los códices mencionados más atrás quizás solo el llamado "Borbónico" puede considerarse verdaderamente original y poseedor de información pura del mundo azteca prehispánico. 

   A continuación, debajo de estas líneas, dejo tres imágenes correspondientes a páginas de los códices Tro-Cortesianus, Borbónico y Vindobonensis, respectivamente, para hacernos una idea del aspecto de estos "libros" y el material que contenían.  

                                                           
                                     

 Puede decirse por tanto que la llegada de los españoles no solo implicó un colapso demográfico de tipo epidémico entre las sociedades de la zona sino que también vino asociada a un holocausto cultural ya que los conquistadores y los primeros clérigos arribados al Nuevo Mundo, incapaces de entender el significado de aquellos raros signos, los consideraron como depositarios de supersticiones heréticas y se dedicaron con saña a destruir todo rastro de los mismos. El propio Bartolomé de las Casas se lamentaba diciendo “esos libros fueron vistos por nuestros clérigos, e incluso yo vi parte de algunos que fueron quemados, aparentemente porque pensaban que podrían dañar a los indios en materia de religión, desde el momento en que [los indios] se encontraban al comienzo de su conversión”. Al menos la intención era "buena".  

   Pero recuperemos el hilo de la narración. Durante la segunda mitad del s. XVI o durante los ss. XVII y XVIII algunos mayas escribieron libros en idioma maya de la época transcrito con caracteres del alfabeto latino (ya que incluso entre los descendientes de los mayas se había perdido para entonces el conocimiento de las reglas de la escritura propiamente maya de época clásica) recogiendo leyendas o folclore de su pueblo escuchadas de oídas. De ahí proceden los libros más famosos de los “mayas”, como es el caso de los Anales de los Cakchiqueles, el Popol Vuh, o los libros de Chilam Balam. Sin embargo imaginad que debiésemos reconstruir la historia real de la España musulmana desde sus orígenes en el 711 a 1492 recurriendo en exclusiva a algunos recopilatorios de cuentos y folclore escritos a partir de la tradición oral por los moriscos del s. XVI. ¿Complicado verdad?. 

   Por tanto, para lo concerniente a la historia precolombina de Mesoamérica ya hemos visto que casi todos los textos en papel redactados por los mayas y anteriores a la llegada de los españoles al continente debemos darlos por perdidos para siempre. Y además tampoco fue algo casual o producto solamente de la iniciativa individual de un Diego de Landa descontrolado como ha podido dar la impresión al leer hasta aquí. De hecho en 1697 cuando los españoles conquistaron los últimos reductos mayas destruyeron en Nojpetén (la mítica Tayasal de la que ya habló en el s. XVI Bernal Díaz del Castillo; ubicada en la actual Guatemala) los últimos códices en que los mayas “auténticos” que habían vivido independientes hasta entonces consignaban su historia. 

A kap ob cofi, el alfabeto de Landa

Ahora bien sería otra de las contradicciones asociadas a Diego de Landa la que tuvo más efectos inesperados y contraproducentes respecto a la recuperación del legado cultural maya. Todo empezó porque su Relación de las cosas de Yucatán incluyó algunas valiosas anotaciones sobre las costumbres de los mayas poco después de la irrupción de los españoles en dicha zona. Pero tales observaciones acertadas sirvieron durante mucho tiempo para confundir y ocultar que otra serie de razonamientos contenidos en su libro eran profundamente erróneos, señal de que el propio Landa pese a tener el privilegio de poder interactuar con descendientes de los últimos mayas “auténticos” durante el ocaso de su cultura realmente no comprendió absolutamente nada de la misma. Y por ello su libro resultó ser pieza clave y a la vez obstáculo insalvable para recuperar la comprensión de la escritura maya precolombina siglos después.  

Vamos a intentar explicarlo. Para empezar hay que tener en cuenta que los cronistas españoles que entraron en contacto con el mundo mesoamericano agonizante padecían, en lo tocante a idiomas, lo que podemos denominar como el “Síndrome de Ana Botella”. Incompresiblemente o por pura prepotencia se negaban a aceptar que no todas las lenguas del planeta comparten el mismo sistema fonético de base. ¿Verdad que cuando usted estudió inglés entendió rápido que las cinco vocales del alfabeto latino no bastan para transcribir todos los sonidos del idioma inglés?. Por supuesto es con ese alfabeto único que vamos a escribir en ambos idiomas por pura convención, pero a la hora de pronunciar lo escrito, si es una transcripción de otro idioma diferente al nuestro, conviene tener presente que la pronunciación directa de las palabras puede no corresponderse con la pronunciación correspondiente a si se leyeran “en español” (por ejemplo si intentamos leer del inglés “house” o “book”). 

   En el caso de lenguas como el maya, el náhuatl o el quechua, los cronistas españoles del período simplemente decidieron transcribirlas usando por sistema nuestro alfabeto latino aunque no siempre se adaptase a los sonidos habituales en las lenguas del continente americano. En ocasiones, pese a sus defectos, la estrategia funcionaba, en concreto los sonidos del antiguo idioma maya eran más o menos iguales a los sonidos que tenemos en castellano, sobre todo respecto a las vocales. Pero no siempre todo encajaba a la perfección por lo que al final la traslación directa al castellano y al alfabeto latino de muchos topónimos o nombres de soberanos indígenas conllevó por sistema alterar su correcta pronunciación. Por ejemplo normalmente el sonido “W” pronunciado por los indios se les escapaba a los españoles y con ello muchas veces lo transcribían como ausencia de sonido, equivalente a nuestra “H”, así la correcta pronunciación de nombres como Atahualpa o Huitzilopochtli es posible que estuviese más cerca de su original cambiando esa “h” que hoy vemos en los libros por una “w”. Son fallos menores, pero importantes al intentar adaptar a nuestra grafía unas lenguas que simplemente no partían de un sistema fonético semejante al nuestro.

   El fallo de Diego de Landa a la de hora de interpretar a su vez la escritura maya (basada en extraños símbolos denominados glifos) fue parecido en su cerrazón pero mucho más importante a la larga. Para él los glifos mayas eran letras, tenían que serlo, porque los idiomas se escriben usando letras. ¿Verdad?. Por ello aunque en las estelas y códices mayas apareciesen miles de símbolos diferentes para Diego de Landa eso solo se debería a que las veintitantas “letras” que, según el, debía poseer el idioma maya se representaban de múltiples maneras. 

  Pues bien. De esa creencia partió una información recogida dentro de su famosa Relación, el llamado “Alfabeto de Landa”, una página (la cual se puede ver aquí a la derecha) en la que el que el pobre fray Diego se esforzó por establecer una correlación entre los glifos mayas y las letras del alfabeto latino. Así, con el paso del tiempo, la narración de Diego de Landa se cubrió con la pátina y el prestigio que da el transcurso de los años y empezó a ser citada como el documento de un erudito sin duda experto en las "cosas" mayas. Finalmente siglos después, a partir de ese precario esquema, se intentó traducir los glifos mayas como si correspondiesen al alfabeto de una lengua desconocida. Iniciativa que estaba condenada al fracaso porque, como veremos más adelante, eso era casi como intentar descifrar los jeroglíficos egipcios empezando por identificar qué “dibujito” equivale a la letra “A”. 

Cincuenta dólares, ni uno más 

   Pese a todo la historia siguió su curso imparable. Tras el paso de Diego de Landa por Yucatán un oscuro autor llamado Antonio de Ciudad Real escribió en 1588 Sobre los viajes del padre Ponce, libro en el cual se realiza una mención a las ruinas de la antigua ciudad maya de Uxmal.

   Más adelante, en el s. XVIII, durante el reinado de Carlos III en España, el espíritu ilustrado llevó a una expedición a Palenque, fruto de la cual se redactó el llamado informe Bernasconi 

   En 1803 el geógrafo y naturalista alemán Alexander von Humboldt viajó por tierras del virreinato de Nueva España (esencialmente por México) y allí estableció contacto con algunas ruinas de las culturas precolombinas de la zona, pero centrándose sobre todo en los restos aztecas. A su regreso a Europa inesperadamente fue en Francia sobre todo donde se interesaron por los resultados de su trabajo. Debido a ello finalmente en 1807 se publicó en aquel país el Informe Dupavy relativo una vez más a la existencia en la zona del Sur del actual México y áreas limítrofes de algunas ruinas extrañas y magníficas. A lo anterior siguió la publicación por parte de Humboldt de cinco páginas del Códice Dresde en 1810. Quizás de haberse asentado el gobierno de José I en España (y por alguna carambola del destino haberse evitado las guerras de Independencia iberoamericanas, algo que parece muy improbable), es posible que durante la década siguiente desde la Península se hubiese redescubierto el mundo maya –aunque seguramente de manos de estudiosos franceses- de la misma manera que la expedición napoleónica a Egipto conllevó un revival del interés por el Egipto faraónico en el Viejo continente. 

Sin embargo al final el redescubrimiento maya no fue obra ni de franceses ni, por supuesto, de eruditos españoles, ni tampoco -tenían otras cosas de las que preocuparse- de los pobladores o gobiernos locales de centroamérica. Aunque al menos alguien de cultura hispana y nacionalidad centroamericana sí estuvo implicado. Se llamaba Juan Galindo (1802-1839) y era un militar de ascendencia irlandesa (además de española e inglesa). Su padre fue gobernador de Costa Rica al servicio de España, pero Galindo participó en la guerra de independencia contra el gobierno colonial español donde dirigió el asalto a la fortaleza de Omoa (ubicada en la actual Honduras), última plaza realista en América Central. Posteriormente trabajó para el gobierno de las fugaces Provincias Unidas de Centroamérica y utilizó la vida más o menos desahogada que eso le garantizó para llevar a cabo varias expediciones a la selva centroamericana con el objetivo de estudiar de forma exhaustiva las ruinas mayas de la región, sobre todo las de la ciudad de Copán. Gracias a ello Galindo fue uno de los primeros en proponer la osada idea de que las ruinas de templos y otros edificios que se podían encontrar diseminadas por las selvas de la zona habían sido construidos por los antepasados de los propios indios mayas que aún vivían en la región y no (como se había llegado a especular) por algún pueblo de la antigüedad, caso de las famosas tribus perdidas de Israel o los egipcios de época faraónica. De hecho esa última era la explicación que difundió por entonces Jean Frederic Maximilien de Waldeck, un erudito francés que visitó Yucatán entre los años 1834 y 1836 y que en 1838 publicó un libro que, aunque pasó básicamente desapercibido en su momento, con el tiempo tendría cierto impacto en Europa entre círculos románticos y exotéricos.

   Desgraciadamente Galindo murió en combate relativamente joven ya que el fin de la presencia española en la región dio lugar a un interminable ciclo de guerras civiles en los países iberoamericanos, en el transcurso de una de las cuales, como digo, encontró la muerte. Así las cosas el camino abierto por Galindo (y, en cierta forma también por Waldeck) fue aprovechado por un avispado novelista estadounidense de nombre John Lloyd Stephens y su inseparable amigo, a la vez que ilustrador de sus obras, el dibujante y arquitecto inglés Frederick Catherwood.

Ambos se conocieron en Londres en 1836 y pronto comenzaron una relación profesional bastante exitosa. Stephens redactaba libros de viajes amenizados con su talento para describir anécdotas y conjugar una cierta dosis de rigor con sensacionalismo y entretenimiento (más o menos como yo). Por su parte Catherwood (quizás el verdaderamente talentoso de los dos) realizaba dibujos de las ruinas y los monumentos que visitaban en tierras exóticas, proporcionando así a la creciente población urbana y de clase media europea una visión del resto del mundo que por entonces aún resultaba novedosa y exótica. Hay que tener en cuenta que en aquellas fechas aún no se había generalizado la técnica fotográfica y no existía por tanto una referencia visual de cómo eran la arquitectura o el paisaje de otras regiones del globo, algo que los libros de Stephens y sobre todo las ilustraciones de Catherwood lograban transmitir a un público popular que no estaba en disposición de viajar por el mundo (de hecho el propio concepto de turismo masivo no se había implantado en nuestras sociedades por entonces). 

   Es así como de la fructífera colaboración entre ambos hombres nacieron Incidents of Travel in Egypt, Arabia Petraea, and the Holy Land (1837) y también Incidents of Travel in Greece, Turkey, Russia and Poland (1838). Libros de éxito entonces pero hoy sin ningún interés al ser poco más que primitivas guías turísticas. Hasta que un buen día el avispado Stephens tuvo conocimiento de los trabajos de Juan Galindo y a través de ellos de la existencia de unas supuestamente extraordinarias ruinas perdidas en la selva centroamericana. Stephens no era un historiador de formación académica pero –quizás gracias a eso- le sobraban la intuición para captar lo que le podía resultar interesante al público, así como la capacidad para resultar fascinante narrándolo. Por ello rápidamente se dio cuenta de que en aquellos relatos de ruinas había una buena historia para contar y sin pensárselo dos veces, acompañado de su inseparable Catherwood, se embarcó de camino hacia América Central.    

   Los expedicionarios alcanzaron su objetivo en 1839 y lo que encontraron en medio de la jungla superó sus expectativas. Pronto se dieron cuenta de que estaban ante el descubrimiento de sus vidas. De esta forma durante los siguientes años, ante la indiferencia de las autoridades locales (la leyenda dice que Stephens compró a un cacique local las ruinas de la ciudad maya de Copán por 50 dólares) visitaron y documentaron docenas de ruinas, muchas de ellas por vez primera. Producto de todo ello en 1841 se publicó Incidents of Travel in Central America, Chiapas and Yucatan, con textos de Stephens e ilustraciones basadas en los dibujos y bocetos realizados por Catherwood. 

  El éxito fue abrumador en Europa y Norteamérica. Como consecuencia Stephens y Catherwood volvieron nuevamente a Yucatán para realizar más exploraciones en la zona, publicando posteriormente en 1843 un nuevo libro al respecto: Incidents of Travel in Yucatan. A su vez Catherwood en solitario publicó en 1844 un libro dedicado exclusivamente a sus dibujos, Views of Ancient Monuments in Central America, Chiapas and Yucatan, donde incluía 25 litografías en color procedentes de aguafuertes realizados por él a la vista de varias ruinas (y de cuyas imágenes me he servido para ilustrar este capítulo del texto de hoy; en concreto son los dibujos que se ven ambientando los párrafos anteriores, este mismo, o el de debajo). 

Debido a todo ello, a la intuición y las narraciones de Stephens, pero sobre todo y fundamentalmente a los magníficos dibujos de Catherwood (realizados, eso sí, con una técnica de cámara lúcida) nació el interés moderno por la cultura maya. Aquellos libros en que se contaban historias de monumentales ciudades engullidas por la selva, historias acompañadas de unas ilustraciones extrañamente evocadoras, capturaron la imaginación del público romántico. A la vez dichos libros también dieron lugar al nacimiento de toda una generación de futuros investigadores del mundo precolombino en la medida en que llevaron a la toma de conciencia en academias y universidades europeas -y sobre todo estadounidenses- de que había algo en América Central, anterior a la llegada de los españoles, que tal vez convendría estudiar a fondo.

   De esa forma casi todo el trabajo académico "serio" sobre el mundo maya es por tanto posterior al hito que supusieron las narraciones de Stephens con los correspondientes dibujos de Catherwood. Es así como, a finales del s. XIX, el lingüista alemán Ernst Förstemann descubrió tras analizar en profundidad el Códice Dresde que los mayas usaban un sistema de numeración vigesimal y que los números que aparecían en las estalas mayas se usaban sobre todo para referirse a fechas. Luego, sobre dicha base, en los años 30 del s. XX, un ingeniero químico estadounidense llamado John Edgard Teeple logró descifrar una serie de glifos mayas que designaban los diferentes días dentro del ciclo lunar. No obstante, para acabar la narración de hoy y resumir a la vez el trabajo académico profesional que llevó al desciframiento de su escritura, aún tengo que citar a una figura excepcionalmente interesante, prácticamente desconocida, y que para mí es la más interesante entre todas las que he ido citando hasta ahora. 

Hay que pararle los pies a ese maldito ruso

Yuri Valentinovich Knorozov tenía 19 años cuando estalló la “Gran Guerra patriótica” entre la Rusia de Stalin y la Alemania nazi. Por entonces él era solo un joven estudiante de Historia en la Universidad de Járkov que logró escapar a duras penas hacia Moscú ante el fulgurante avance inicial alemán. En el 43 fue llamado a filas como casi todos los varones rusos en estado de combatir (bueno técnicamente hoy en día Járkov está en Ucrania, así que calificarlo de "ruso" podría resultar interpretable, pero por entonces Yuri era ruso a todos los efectos y en Rusia siguió viviendo cuando se separó de Ucrania). Tras ser movilizado acabó encuadrado en un cuerpo de artillería del Ejército Rojo, uno más entre los cientos de miles de soviéticos que hacían sonar los famosos “órganos de Stalin”. De esa forma se plantó en Berlín en 1945, solo que a diferencia de sus compañeros, tras la conquista de la ciudad y la derrota del nazismo, Yuri no se dedicó a robar relojes o violar alemanas sino a buscar libros en medio del caos. Gracias a ello Yuri encontró (la “leyenda” dice que en una librería en llamas aunque la realidad probablemente resultó un poco menos poética) dos libros muy raros que iban a cambiar su vida.  

El primero era un volumen donde se incluía una copia de todos los Códices mayas conocidos por entonces. A él que había estudiado rudimentos de egiptología le llamaron poderosamente la atención. El otro era un ejemplar casi más raro. Recordemos la famosa Relación de las Cosas de Yucatán escrita por el celebérrimo Diego de Landa en la que éste grabó su supuesto “Alfabeto”: un dibujo de diversos glifos mayas al lado de las letras o sonidos que Landa pensaba que servían para transcribir (puse la imagen un poco más atrás). Con el tiempo el original de esa Relación se había perdido dejando sin embargo bien asentada la idea de que los glifos usados por los mayas en sus escritos eran un alfabeto. Esa idea había calado pese a ser la que, en el fondo, impedía que la escritura maya fuese descifrada, ya que los glifos que los mayas usaban para escribir estaban muy lejos de ser un alfabeto. Pero en ausencia de la fuente original, para comprobar in situ la debilidad del razonamiento del que partía, lo erróneo de las ideas de Landa no estaba nada claro. Sin embargo en 1862 un francés llamado Charles Étienne Brasseur de Bourbourg encontró una copia del original de la Relación de las Cosas de Yucatán de Diego de Landa. Estaba descatalogado y medio putrefacto en el Archivo de la Real Academia de la Historia en España.  

Sigamos. En Berlín, casi un siglo después, Yuri se encontró pues con una copia de la copia rescatada a su vez por Brasseur del libro original de Landa. Por tanto en ese momento, sin ser plenamente consciente aún, Yuri tenía en sus manos los dos elementos necesarios para resolver el enigma de la escritura maya. Pero todo eso llevaría un tiempo. Tras el final de la guerra y la vuelta a casa Yuri se graduó en la Universidad Estatal de Moscú en 1948. Es por entonces cuando Yuri redactó una primera crítica en forma de artículo sobre la teoría del “Alfabeto de Landa”. Sin embargo fue en 1951 cuando dio con la clave y redactó otro artículo más amplio explicando los equívocos mantenidos hasta entonces y a su vez una teoría propia sobre cual podía ser el verdadero significado de los cerca de 800 signos mayas conocidos.  

Para Yuri resultaba evidente que los glifos mayas estaban a medio camino entre los símbolos usados en los jeroglíficos egipcios más antiguos y los alfabetos más desarrollados posteriores. En otras palabras eran unos símbolos que podían representar conceptos por sí mismos (logogramas) pero en otras ocasiones también servían para representar sonidos dentro de una palabra, aunque esos sonidos debían corresponder a sílabas enteras (silabogramas) antes que a fonemas sueltos. O dicho de otro modo, los glifos mayas no eran ideogramas puros ni tampoco “letras” que identificasen necesariamente sonidos simples (eran demasiado variados, ninguna lengua tiene tantos sonidos distintos) sino una mezcla a medio camino de ambos conceptos. Es decir la escritura maya contenida en los míticos glifos mayas se basaba en un silabario formado por signos logo-gráficos que, aunque podían identificar conceptos por sí mismos, en la mayoría de los casos representaban sobre todo sonidos resultantes de combinar  el equivalente a nuestras consonantes y vocales.

   Aquí debajo cuelgo un posible silabario. Al usarlo un sonido del idioma maya se obtiene de combinar la línea de consonantes con la columna de las vocales. El símbolo presente en el recuadro correspondiente identificaría así el sonido resultante de combinar ambas letras, aunque el tema es un poco más complicado (en realidad el maya clásico tiene cinco vocales y 22 consonantes -algunas más de las que muestra el silabario de debajo- para un total de 110 posibles combinaciones, cada una con su correspondiente signo distintivo).    
                                                     

Por ejemplo, según un silabario diferente al anterior (de hecho se han propuesta reconstrucciones ligeramente diversas del silabario maya básico) las posibles combinaciones de la letra "B" con las vocales "A", "E", "I", "O" y "U" respectivamente vendrían representadas por los glifos que vemos ampliados debajo de este párrafo. Se aprecian rápidamente discrepancias entre ambas propuestas. De hecho en este segundo caso el espacio para el sonido "BE", se deja vacío (no porque no existiera sino porque sus autores no consideran aún clara una posible identificación del glifo correspondiente) y se proponen más, o menos, glifos que antes para algunos sonidos. Llegamos así a la idea de que existían varios glifos distintos para representar el mismo sonido, tal vez en función de la palabra en que se incluyese el mismo. Hay cosas, por tanto, que no están del todo claras. Pero lo importante es la idea.  

                                     

   En cualquier caso, partiendo de este planteamiento de la escritura maya como silabario lanzado por Yuri Knorozov, parecía definitivamente abierto el camino para el desciframiento de los restos conocidos de la escritura maya y a través de ello intentar entender un poco más de la historia de este pueblo. Sin embargo las cosas no iban a resultar tan fáciles.  

Mucho se ha hablado de cómo el comunismo soviético dejó que la ideología cegara las investigaciones científicas en su territorio. Me refiero a casos como el de Trofim Lysenko o los de otros investigadores en ramas como la computación, la psicología o la historia, que supeditaron por completo las conclusiones de sus estudios a los postulados de partida y éstos a su vez a la ortodoxia de la vieja doctrina marxista obcecándose por ello en repetir una y otra vez los mismos errores. Lo que ocurre es que rara vez se menciona que durante la Guerra Fría también hubo muchos investigadores occidentales cuyas conclusiones estaban prefijadas por sus hipótesis y estas a su vez profundamente influidas por sus convicciones políticas anticomunistas. Por ejemplo en España uno de los introductores de la moderna psiquiatría fue el reputado médico y profesor universitario Antonio Vallejo Nágera el cual dedicó parte de su carrera a "demostrar" que los simpatizantes de la ideología marxista sufrían una patología mental. 

  La cuestión es que, en cierta forma y salvando las distancias, algo de eso también afectó al juicio de Sir John Eric Sidney Thompson, un arqueólogo británico considerado por entonces como el mayor experto mundial en la cultura maya.   

Pronto las personalidades de Yuri y de Thompson iban a colisionar e inevitablemente tenía que ser de forma violenta porque eran hombres muy distintos con visiones del mundo por completo opuestas. Thompson era un típico caballero británico de buena familia nacido aún en plena época victoriana y que más adelante había combatido por el Imperio en la Iª Guerra Mundial. Llegó incluso a ser nombrado caballero por la propia reina Isabel II y sobre todo poseía fuertes vínculos con universidades e instituciones estadounidenses donde impartía frecuentes seminarios y lecturas acerca de historia precolombina. Por todo ello sobra explicar, supongo, que era un ferviente anticomunista convencido de que la Guerra Fría no solo se disputaba en el plano militar sino también en el cultural. De tal forma le resultaba obvio que no había que conceder ningún espacio para que pintores, escritores o historiadores procomunistas expresaran sus nocivos puntos de vista. Eso incluía especialmente a aquel maldito comunista malencarado, pretencioso y de apenas treinta años, que pretendía haber resuelto un problema que generaciones de honrados historiadores académicos anglosajones, entre ellos él mismo, no habían logrado solventar.  

Claro que reducirlo todo a inquina de tinte político sería simplificar las cosas. De hecho Thompson era un buen investigador y estaba convencido de que sus puntos de vista respecto a la escritura maya eran los correctos. Obviamente él también había llegado lo suficientemente lejos en su conocimiento de los glifos mayas como para darse cuenta de que los viejos puntos de vista -procedentes de la difusión de las ideas erróneas de Diego de Landa- tenían que estar equivocados. Thompson se daba cuenta de que los glifos mayas no eran ningún alfabeto. El problema es que para Thompson eso era algo tan evidente que a su vez invalidaba cualquier intento de cara a dotarlos de un valor fonético. Para Thompson los glifos mayas eran signos bastante toscos con funciones esencialmente calendáricas ligadas a ciclos agrícolas y observaciones astronómicas (en parte esto es cierto). Quizás también poseerían cualidades ideográficas, pero en este último caso solo se utilizarían para representar a los dioses mayas o expresar mitos religiosos, nunca hechos históricos o cotidianos.  

De esta forma bajo el punto de vista de Thompson los glifos mayas eran el rastro de una escritura burda y primitiva y no contendrían información histórica o política alguna. En otras palabras, los mayas no habrían llegado a desarrollarse culturalmente lo suficiente como para dar vida a una escritura en el pleno sentido de la palabra. Sus glifos serían, según él, solo una especie de equivalente a los dibujos de escenas religiosas que se pueden contemplar en las paredes y las cristaleras de algunas catedrales cristianas, o bien un registro de anotaciones de fechas con un propósito esencialmente relacionado con la afición a la astronomía de los mayas, no un registro de eventos puramente históricos tal y como hoy en día los entendemos.  

Era evidente que partiendo de esa base a Thompson no le convencía el punto de vista de su insolente rival soviético quien, apenas salido de la universidad y sin haber pisado jamás los yacimientos arqueológicos mesoamericanos, aseguraba que los glifos mayas contenían información fonética de tipo silábico y que además su desciframiento llevaba a deducir que los mayas no solo consignaban profecías religiosas o información de observaciones astronómicas en sus grabados sino también un abundante registro de sucesos dinásticos y políticos relativos a los avatares de su propia historia. Lo que es más, los primeros intentos de traducción de tales crónicas parecían insinuar que los mayas no habían sido ni mucho menos una sociedad pacífica dedicada a la contemplación de las estrellas sino una civilización consumida por guerras endémicas, lo que suponía un cambio de paradigma completo de cara al análisis de dicha cultura. Por tanto lo que siguió a continuación resulta previsible: Thompson decidió sepultar los ridículos artículos de aquel ruso y usó su influencia como gran vaca sagrada de la disciplina para impedir la difusión de los trabajos de su rival, así como para desacreditar cualquier nueva publicación que apoyase un punto de vista distinto al suyo propio.  

Pero, como digo, era inevitable que tarde o temprano, poco a poco, las opiniones y los trabajos de Yuri fueran abriéndose camino. A fin de cuentas su punto de vista realmente servía para lograr éxito con algunas traducciones. Bastaba para ello partir de la suposición de que los idiomas mayas modernos que aún hoy son hablados por algunas poblaciones de la región -gentes descendientes a su vez de los mayas conquistados por los españoles- tienen las mismas raíces que el idioma de los antiguos mayas. Igual que las lenguas romances y el latín por así decirlo. A partir de ahí se trataba de aplicar el camino abierto por Yuri para identificar palabras en los glifos mayas originales y luego una vez transcritas traducir esas palabras a través de encontrarles parecidos en el seno de las lenguas mayas actuales. En las décadas siguientes, de forma lenta pero segura, cada vez más lingüistas fueron haciendo pruebas con dialectos de la zona hasta que a partir del Chortí (hablado en regiones agrícolas de Guatemala y Honduras) y el Chol (que se habla en la región mexicana de Chiapas) se lograron resultados.  

Sobre esa base y los progresivos éxitos a la hora de traducir con este método códices y sobre todo estelas de piedra (como la de la imagen de la izquierda) era cuestión de tiempo que la evidencia se impusiese. Ahora bien la vida está llena de contrasentidos. Si la mayoría de las empresas capitalistas funcionan de forma interna asignando recursos a través de una planificación centralizada, las universidades (por lo menos las Facultades de Humanidades) experimentan la paradoja de ser instituciones profundamente jerarquizadas y sectarias donde supuestamente se enseña a pensar por uno mismo y de forma crítica. Aprovechándose de ello la obcecación y el tremendo poder e influencia de Thompson para promocionar a sus propios discípulos y seguidores a puestos clave, y a la vez vetar todo punto de vista diferente del suyo, lograron que hasta bien avanzados los años 60 fuesen sus propios puntos de vista los únicos difundidos en congresos y publicaciones internacionales. De hecho, incluso hasta su muerte a mediados de los años 70, consiguió en cierta manera mantener la primacía de su propio punto de vista pese al progresivo desprestigio de sus ideas entre los investigadores más jóvenes.  

   Afortunadamente para entonces pudo por fin producirse el cambio de paradigma en los estudios sobre el mundo maya a través de una mujer nacida en Rusia pero residente en EE.UU. que sirvió de puente entre ambos universos enfrentados. Era Tatiana Proskouriakoff, una investigadora que resultó pieza clave en la difusión de las ideas de Yuri Knorozov entre las élites académicas anglosajonas al demostrar que sus teorías servían para traducir de forma efectiva las inscripciones que ella misma había hallado estudiando el yacimiento de Piedras Negras. De hecho las inscripciones del lugar consignaban hechos biográficos de los distintos soberanos de la ciudad-estado (como su nombre o su fecha de ascenso al trono). Comenzaba de esa forma a asentarse entre la comunidad científica la idea de que efectivamente las inscripciones mayas no se referían solo a la religión y el calendario. 

Al final debido a la muerte de Thompson y a un cierto apaciguamiento del clima de tensión internacional durante los años 70 acabó imponiéndose el punto de vista derivado de las ideas de Yuri Knorozov. Obviamente eso llevó al verdadero comienzo el descifrado a gran escala de los textos mayas, fundamentalmente de las estelas y grabados en piedra ubicados en ciertas partes de edificios y templos ya que los códices en papel, como hemos visto, son muy exiguos. Por eso las estelas mayas se han convertido en una fuente de información histórica fundamental sobre el pasado maya. En cualquier caso lo que cuenta es que llegados a nuestros días la lengua de los mayas, así como su sistema de escritura y numeración, han logrado ser casi completamente descifrados. 

   Gracias a ello hoy sabemos, por ejemplo, que para leer los glifos mayas hay que leer las columnas de arriba hacia abajo y de izquierda a derecha. Pero en lugar de leer desde arriba hasta abajo una columna cada vez, se deben leer dos columnas simultáneamente, desde la cabeza hasta el pie haciendo zig-zag entre sus glifos. 

Sabemos también que -como en parte vimos antes, al mencionar un posible silabario- existen diversos signos que representan tanto la misma idea como el mismo sonido (esto es un gran handicap para los investigadores actuales, obviamente). Quizás esa mezcolanza sea producto de la propia evolución del lenguaje y la escritura maya a lo largo del tiempo, acabando por superponerse en el material disperso que ha llegado hasta nosotros símbolos más viejos y progresivamente en desuso con otros más elaborados, más "nuevos" y simples. Por ejemplo aquí al lado vemos dos posibles formas igualmente válidas para representar la palabra jaguar en maya (b`alam). Una es más figurativa y posiblemente corresponde a una manera de enunciar el concepto más arcaica, mientras que la segunda forma resulta menos conceptual, más logosilábica y combina dos glifos con valores fonéticos para juntar los dos sonidos que dan lugar a la palabra correspondiente.

El asunto es complicado. Más ejemplos. Casi al comienzo de esta entrada incluí una imagen donde mostraba los glifos para los números 0 al 19. Sin embargo ese esquema era solo una muestra de las posibles combinaciones al respecto. A la izquierda de estas líneas hay cuatro glifos distintos, cada uno de los cuales sería igualmente válido para representar el número cero en distintos contextos. Debajo de estas líneas incluyo a su vez una tabla con otras posibles combinaciones (normalmente tres en cada caso) de formas con las que representar los números del 1 al 20. La primera es la más esquemática y consistiría casi en círculos y rayas en exclusiva. Luego a la derecha de la misma vamos viendo otros posibles glifos cada vez más barrocos y complicados para representar la misma cifra, algunos de los cuales son los que se incluyeron en la primera tabla al respecto colgada en esta entrada.    

                                          

 Se ha llegado a saber también que, aunque igualmente diversos, existen glifos conocidos como “glifos emblemas” (algunos de los cuales vemos aquí a la derecha) cuya utilidad era la de representar linajes reales de determinadas ciudades. Algo que hoy sirve para identificar a través del material arqueológico a muchas de esas grandes ciudades mayas en sí mismas.  

En cuanto al bueno de Yuri, en los años 90, ya anciano, acometió la tarea de traducir los principales códices mayas al español y además preparó un diccionario de glifos mayas-idioma español que contiene más de 1.000 entradas. Todo ello gracias a que en su momento había aprendido algo de castellano para entender mejor los textos de Diego de Landa y las anotaciones al margen de algunos códices. Mientras tanto durante todas aquellas décadas prácticamente ningún historiador en toda España había manifestado interés por el pasado precolombino de los "indios" (de los conquistadores hay múltiples biografías, por supuesto) o sus malditos glifos y códices. Aquí, como he dicho, casi siempre hemos estado demasiado ocupados analizando a fondo la historia local de algún hijo predilecto de Tomelloso de Arriba, de no se cual caudillo andrajoso que (supuestamente) luchó contra los "moros" o los romanos, o las sutilezas de la guerra de Sucesión en Cataluña y similares trifulcas sin gloria. 

Finalmente a Yuri en cierta forma lo mató Boris Yeltsin. A comienzos de 1999 Yuri sufrió un derrame cerebral y acabó en un hospital ruso de la época. El caso es que en los años 90 en Rusia se terminó todo lo bueno del comunismo, empezando por una sanidad y una educación pública aceptables; se mantuvo en cambio casi todo lo malo del comunismo, eso sí disfrazándolo de algo nuevo; y además se le añadió a la mezcla gran parte de lo peor del capitalismo en estado puro, empezando por una sanidad deplorable para todo aquel que no sea rico. Y Yuri no era rico. Tras ser hospitalizado algún camillero de entre un personal escaso y sobrecargado de trabajo se dejó olvidado a Yuri, inconsciente y en una camilla, en un pasillo de un hospital de San Petersburgo. Como además el hospital no tenía dinero siquiera para calefacción el pasillo donde quedó abandonado estaba helado y Yuri contrajo una neumonía que acabó con él. Tras eso fue enterrado en un antiguo basurero de la ciudad reconvertido en cementerio. En cualquier caso no hay que lamentarse ya que todo lector de este blog sabe a estas alturas que no hay gloria para los héroes, ni triunfo, ni recompensa en este mundo para las mentes brillantes, solo ingratitud y olvido. Los que cuentan lo contrario y venden sloganes optimistas solo mienten para que aceptemos seguir desempeñando nuestro papel, dóciles, motivados y productivos. 

¿Ecolapso?

Esto ha sido todo por hoy. Espero que os haya resultado ilustrativo. Por lo demás, si estuvisteis atentos a lo que he intentado contar comprenderéis que todo estudio importante sobre los mayas tiene que incluir una explicación sobre el enigma fundamental respecto a su historia. A saber, qué ocurrió justo después de la elaboración de la estela 29 de Tikal. O, en otra palabras, qué pasó en los años previos y posteriores al 909 de nuestra propia era para que por entonces los mayas abandonaran en masa muchas de sus ciudades y pusieran un punto y aparte a la historia de su cultura migrando hacia Yucatán, al Norte de donde se asentaba hasta entonces el centro de su civilización.  

Para que se entienda mejor. Imaginemos que a comienzos del s. IV a.n.e. -unas décadas después de las andanzas de Pericles, Fidias o Sócrates- los griegos abandonasen casi de golpe en el transcurso de una generación todas sus ciudades en la Grecia continental y, aprovechando la existencia de algunos asentamientos de cultura griega ubicados en la costa de Asia Menor, se desplazasen en masa hacia el interior de Turquía, a construir de la nada nuevas ciudades en las fronteras con Armenia, Georgia y Siria pasando en adelante a situarse cerca de allí el epicentro de su cultura. Pues bien, algo así es lo que ocurrió con los mayas durante el s. X.

Por tanto, cuando pueda y me sienta con ganas, dedicaré otra entrada del blog a intentar explicar por fin lo que sabemos sobre cómo -y fundamentalmente por qué- de forma súbita la civilización maya desplazó su centro de gravedad desde la zona de Guatemala a la costa de Yucatán. Todo ello esperando que a alguien le resulte tan apasionante como me resulta a mí el plantearme estos enigmas durante las horas muertas de la semana.   

15 comentarios:

  1. Bueno, a mí sí me resulta muy interesante todo este tema. Y muy lamentable la desidia de nuestro país para según que cosas.

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    1. A mí es algo que me llama la atención. Por supuesto en las últimas décadas, con el boom universitario y en cuanto a fondos de investigación ya hay investigadores de casi cualquier cosa en España. Pero llegan tarde a un campo donde lo que cuenta es ser el pionero. Por otra parte es evidente que en el s. XVII por ejemplo no existía una mentalidad de interesarse por el pasado histórico parecida a la actual.

      Pero el tren ser perdió en el s. XIX y la primera mitad del s. XX cuando diversos países en paralelo al colonialismo puramente económico y político empiezan a investigar sobre el pasado de otras partes del mundo (y en paralelo sus museos a depredarlo). Esos procesos fueron en parte problemáticos, pero en todo caso no entiendo cómo en España algún profesor, académico, investigador no aprovechó la ventaja que suponía el español de cara a moverse por Hispanoamérica o bien para traducir al menos los documentos de la administración virreinal de época moderna. No es ni medio normal que sean ingleses y estadounidenses los que redescubrieron las ciudades mayas o Machu Picchu y eso que lo tenían mucho más difícil para interactuar con las poblaciones locales por el idioma o para acceder y luego traducir relatos, crónicas o mapas de los conquistadores hispanos.

      Pero claro luego uno mira y resulta que la revalorización de la Alhambra es producto de viajeros anglosajones y franceses, uno de los pioneros en la investigación sobre Tartessos era alemán, la mayor parte de expertos con verdadera reputación internacional sobre la época imperial hispana o el s. XX en España… son hispanistas ingleses y en menor medida franceses (como el último Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales o en parte el propio Fernand Braudel) y encima también hay unos cuantos expertos anglosajones en nuestro medievo. En cambio diría que salvo en Prehistoria (y en relación siempre a yacimientos en la propia P. Ibérica) pocos historiadores españoles tienen prestigio fuera de nuestras propias fronteras o son expertos en algo que no sea historia puramente nacional y/o local.

      Perdimos el tren para haber (re)descubierto nosotros el legado precolombino y en territorio nacional más allá del turismo cutre hemos sacado muy poco partido del legado andalusí del cual prácticamente renegamos. Ya que al parecer las temáticas relativas al s. XX de la historia ibérica o aún más atrás generan enfrentamiento se podían haber canalizado esas energías a estudiar otros campos más provechosos.

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  2. Había escrito un mensaje de ánimo para que sigas haciendo un trabajo tan bueno, pero blogger, caundo le parece, te manda al limbo y el mensaje se queda congelado y no hay más remedio que recargar la página mientras te cagas en todo.

    Una pregunta: ¿cómo es posible, a partir de los restos arqueológicos escritos de una lengua llegar a saber cómo se pronuncian las palabras? Averiguar qué quieren decir los símbolos debe de ser algo increíblemente complicado, pero descubrir los sonidos no veo cómo se puede hacer.

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    1. Respecto al cuelgue. Yo que suelo escribir siempre mensajes largos, y por tanto ya tengo experiencias con esas cosas, uso un truco. Rara vez envío un mensaje sin antes seleccionar el texto, botón derecho y darle a copiar. Luego si la cosa va mal es darle a pegar de nuevo y recupero mi anterior mensaje. Incluso para textos largos lo que hago es abrir el Word escribo allí el mensaje y luego me limito a copiar y pegar desde allí. Una vez que veo que el mensaje ha subido al foro correspondiente cierro el Word y me olvido.

      Por lo demás he quitado todas las restricciones y barreras que pone Blogger para los mensajes. Vamos que debería ir fluido, no pedir que uno se registre ni nada. Pero todo sea dicho, Blogger no está preparado para tochos. Se supone que una bitácora es para textos de mucho menor tamaño y con menos imágenes que lo que suelo colgar habitualmente (aunque no debería ser así, pero bueno). Quizás por eso a veces puede dar algún fallo de carga la página. Vamos supongo, porque tampoco debería, si he abierto el blog en Blogger es porque es un servicio fiable y muy testeado. Más robusto para empezar que una página web alojada por ahí y sin testear en busca de fallos de programación. O sea que no debería dar problemas para enviar mensajes o navegar por el blog porque Blogger es el Volkswagen de las plataformas de blogs, pero nunca se sabe.

      Una cosa que sí hay que tener en cuenta, por cierto, es que el máximo para un mensaje son unos 4000 caracteres.

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    2. En cuanto a lo que preguntas. La clave es que alguna lengua descendiente directa de dicho idioma se siga hablando. En el caso del náhuatl o del maya clásico que debían hablar las poblaciones naturales de mesoamérica a la llegada de los españoles la clave está en los descendientes de aquellas poblaciones, los indígenas de las zonas rurales actuales de Centroamérica o México. Algunos miles de ellos aún hoy hablan lenguas o más bien dialectos que entendemos son descendientes más o menos directos del idioma que hablaban sus ancestros hace siglos. Obviamente no funciona intentar que uno de esos viejitos te traduzca un texto maya clásico, claro. Pero todo parte de suponer que dentro de la misma familia lingüística aunque la forma de escribir, la gramática o las palabras evolucionen las estructuras profundas del idioma, sobre todo el sistema fonético de base, se mantienen.

      De esta forma lo que se puede suponer es que dentro de 300 años un español del futuro igual habla muy distinto a nosotros pero esencialmente mantendrá cinco sonidos vocálicos: a-e-i-o-u, mientras que un inglés del futuro no. De igual manera si hoy pudiésemos viajar a la España del s. XV por ejemplo, tendríamos seguramente graves problemas para hacernos entender y también para entender a nuestros interlocutores, porque las formas de expresión, las palabras y demás han variado más de lo que creemos, pero los sonidos hemos de suponer que serían más o menos los mismos (con alguna variación mínima que siempre hay) y tanto Isabel de Castilla como Cervantes en caso de tener que leer la palabra “ornitorrinco” la pronunciarían más o menos igual que nosotros mientras que con Shakespeare o Genjis Khan no sería así.

      Para reconstruir hacia atrás la clave por tanto es identificar poblaciones, dialectos concretos que por una especial afinidad histórica pueden darnos la clave de cómo era la forma en que se hablaba -el “tono” por así decirlo- con que se pronunciaba un determinado idioma ancestro del suyo. No soy un experto pero creo que por ejemplo el rumano actual podría tener una mayor afinidad que otras lenguas con el latín clásico. Y a partir de ahí es ir estableciendo deducciones.

      Claro está eso no se puede hacer siempre, porque como digo necesitas que alguna rama de la familia lingüística en cuestión sobreviva de alguna forma. Un caso conocido es el del egipcio de época faraónica.

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    3. Mira que está estudiado el Egipto faraónico pero ahí pese a que tengamos la piedra de Rosetta las cosas son más complicadas y de hecho no sabemos exactamente cómo pronunciaban sus contemporáneos el idioma que vemos escrito en los jeroglíficos. O sea sabemos traducirlo pero no pronunciarlo.

      El problema viene de que aunque sabemos desde hace casi dos siglos como traducir su escritura también sabemos que para traducirlo no se deberían usar todas las vocales que nosotros usamos, ya que aquellos egipcios empleaban un idioma consonántico (al igual que el árabe actual por ejemplo) y no poseían los mismo sonidos que las lenguas indoeuropeas en general. Pero en su caso esa rama se quebró y el sucesivo paso de griegos, romanos y árabes por la zona, nos dejó sin ninguna referencia de cómo podían hablar los egipcios del período faraónico.

      De hecho la transcripción de todos esos nombres de reinas y faraones como Tutankamón y Nefertiti que vemos por los libros (yo he usado el primero en una entrada reciente) solo es una simplificación para facilitar las cosas. Es muy posible por tanto que si ahora te teletransportases a la corte de Amarna y empezaras a gritar “Nefertiti” tal y como nosotros lo pronunciamos nadie entendiese a quien te estarías refiriendo (de hecho por un cagada de estas pillaron el fraude de un arqueólogo en el yacimiento de Iruña Veleia).

      Esos nombres con esas vocales intercaladas son solo una convención para poder leer el nombre que aparece en los jeroglíficos más o menos escrito usando las letras de nuestro alfabeto y los sonidos correspondientes al mismo que son los que nos resultan familiares.

      Por eso además, dado que no sabemos cómo se pronunciaban exactamente las transcripciones de las palabras que se traducen en los jeroglíficos (otra cosa es que si se conozca su significado, es decir como traducirlas) y por tanto como escribirlas exactamente en los idiomas actuales existen dos digamos teorías en cuanto a la pronunciación -y por tanto la grafía- del egipcio de época faraónica: la germana y la gala (y por existir igual podrían existir más). Escuelas que llevas un siglo discutiendo cosas como la forma correcta en que se debería pronunciar el sonido “kh”, si más o menos como nuestra “K” o bien como nuestra letra “J”. Y lo mismo para muchos otros sonidos.

      Y un problema parecido lo tenemos para saber cómo sonaban la música egipcia o incluso la propia música griega.

      Simplemente es cuestión suerte y encontrar algún hilo del que tirar para ir hacia atrás. Resumiendo la respuesta a tu pregunta, la arqueología por sí sola no puede reconstruir la pronunciación, solo deducirla por el parentesco de una lengua con otras que sean bien conocidas y cuyas reglas de pronunciación también lo sean. Lo mejor en todo caso es tener material "vivo" antropológico sobre el que trabajar para complementar en cuanto a la fonética lo que uno averigua respecto a la pura escritura analizando textos e inscripciones.

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  3. Bueno, me he extendido en los comentarios casi tanto como en la entrada.

    Os dejo un enlace a una recreación de un juego de pelota. En Youtube hay más vídeos de recreaciones, para turistas esencialmente. Lo cierto es que no es demasiado emocionante verlo, destaca más por lo exótico que por otra cosa. Mi consejo para los organizadores de este tipo de espectáculos en la Riviera maya y similares es que incluyan algún sacrificio humano para darle algo de picante.

    https://www.youtube.com/watch?v=xhee7cXxLXg

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  4. Un tema muy interesante también lo que has dicho en los comentarios. Por cierto, me has recordado la película de Stargate, donde sale también esto de "descubrir cómo se pronunciaba el antiguo egipcio". Aunque sea sólo un momentito de la película y no tenga intención de ser especialmente auténtico, que para algo es una película de ciencia ficción.

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  5. Estás como una chota XD, venga sigue así hombre no digas que tiene escaso movimiento el blog! ¿Caerá algo de mayas e incaicos?

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  6. Gran entrada, sigue con el blog, sinceramente me fascina.

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  7. Dos nuevos sitios mayas descubiertos en el Sur de México.

    http://www.pasthorizonspr.com/index.php/archives/08/2014/two-ancient-maya-sites-discovered-in-southern-mexico

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  8. Buenas tardes:

    El otro día un buen amigo mío me habló de este artículo y hoy me ha mandado el enlace. He de decir que me ha encantado leerlo y que me he sentido muy identificado al hacerlo.

    En mi caso no se trata de la escritura maya sino del Canon Original y del Sistema de Medidas Antiguo. Los descubrí en 2011 y llevo desde entonces escritos y registrados 29 artículos sobre Metrología Histórica que no consigo hacer públicos. Aparte de mi mala salud los problemas son:

    1/ Estoy haciendo mi investigación por libre.
    2/ Mucha gente (sin leerla) la asocia al instante con numerología (cuando no tiene nada que ver).
    3/ En los estudios previos sobre medidas antiguas hay muchos errores y confusiones (que están ya muy admitidos) pero como no han sido cuestionados he de batallar contra ellos.
    4/ Mi trabajo rebate que en el Hombre de Leonardo se halle la proporción áurea (algo muy admitido) y demuestra que dicho Hombre de Leonardo no es el Hombre de Vitruvio (idem).
    5/ Tb demuestro que dicho Hombre se trazó simplemente con una cuadrícula (y que muchos análisis propuestos para el mismo son erróneos), algo que (siendo bien visible) Martin Kemp rechaza. Y por supuesto demuestro que no es sólo el Canon de las proporciones humanas sino tb de las medidas.
    6/ Tb demuestro que el modelo de Le Corbusier es erróneo, que la medida de 52'36 cm propuesta por Petrie como Codo Real es errónea y que muchos valores actualmente admitidos son erróneos.

    Pero claro al ir por libre tengo por un lado en contra a arquitectos, arqueólogos e historiadores “consagrados” y por otro a iluminados que defienden verdaderos disparates (como por ejemplo la última propuesta que ha salido sobre la Gran Pirámide y su esfera de coronación en la punta. Ja.)

    En fin, sé que más pronto o más tarde conseguiré que mi trabajo se haga público y salga adelante.
    Pero como me ha gustado mucho este artículo sobre ese maldito ruso quería darte las gracias por él.

    Atentamente, Luis Castaño. Licenciado en Filología. Investigador en Metrología Histórica.

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  9. El códice Grolier parece ser auténtico.

    http://elpais.com/elpais/2016/09/09/ciencia/1473415951_642203.html

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  10. Posibles reconstrucciones de la fonética de algunas lenguas antiguas:

    https://www.youtube.com/watch?v=1kZ-8wmDqqk

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  11. Arrasado el jardín, profanados los cálices y las aras, entraron a caballo los hunos en la biblioteca monástica y rompieron los libros incomprensibles y los vituperaron y los quemaron, acaso temerosos de que las letras encubrieran blasfemias contra su dios, que era una cimitarra de hierro.

    Ardieron palimpsestos y códices, pero en el corazón de la hoguera, entre la ceniza, perduró casi intacto el libro duodécimo de la Civitas Dei, que narra que Platón enseñó en Atenas que, al cabo de los siglos, todas las cosas recuperarán su estado anterior, y él, en Atenas, ante el mismo auditorio, de nuevo enseñará esa doctrina.

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