jueves, 23 de enero de 2014

Oigo patria tu aflicción

     


     Bernardo López García fue un poeta andaluz de mediados del s. XIX. Su figura es conocida esencialmente por escribir en 1866 un poema que hoy todos conocen en España –expuesto unas líneas más abajo- y dedicado a los héroes del 2 de mayo y a la nación española (si es que eso existe, en todo caso Bernardo se ve que sí lo pensaba). Más allá de ese fugaz momento de gloria Bernardo tuvo mala suerte en la vida, se quedó viudo con una hija pequeña a los 30 años, fue rechazado por la mujer que realmente amaba debido a su pobreza y murió poco después a los 32 años, prematuramente envejecido por culpa de las privaciones y las anemias. Además, claro está, murió casi en el anonimato aunque por ironías de la vida décadas más adelante, sobre todo a partir de la época de la dictadura de Primo de Rivera, el poema de Bernardo pasó a convertirse en emblema del patriotismo español, particularmente del más rancio patriotismo conservador y monárquico.

La gracia del asunto es que en vida Bernardo fue una persona marcadamente antimonárquica y militante de tendencias revolucionarias. Se puede comprobar así una vez más cómo la mayoría de símbolos nacionales españoles han sido en parte “secuestrados” por el pensamiento de derechas que se los ha apropiado casi en exclusiva. Quizás no a mala fe como se suele decir, o quizás sí, pero al fin y al cabo es algo que ha ocurrido y tiene difícil solución porque se ha convertido a su vez causa y consecuencia del desprecio que el nacionalismo de Estado genera en muchas bases sociales progresistas de este país. Grupos de población éstos últimos que o bien no comparten ese tipo de pensamiento o, cuando lo comparten, no se ven representadas por esos símbolos que, en vez de ser de todos, poco a poco han pasado a pertenecer a sectores ideológicos concretos.

        Estamos ante un nudo gordiano a día de hoy irresoluble.


Oigo, patria, tu aflicción,
y escucho el triste concierto
que forman, tocando a muerto,
la campana y el cañón.

Sobre tu invicto pendón
miro flotantes crespones,
y oigo alzarse a otras regiones
en estrofas funerarias,
de la iglesia a las plegarias,
y del Arte las canciones.

Lloras porque te insultaron
los que su amor te ofrecieron...
¡A ti, a quien siempre temieron
porque tu gloria admiraron:
a ti, por quien se inclinaron
los mundos de zona a zona;
a ti, soberbia matrona,
que libre de extraño yugo,
no has tenido más verdugo
que el peso de tu corona!

Doquiera la mente mía
sus alas rápidas lleva,
allí un sepulcro se eleva
cantando tu valentía;
desde la cumbre bravía
que el sol indio tornasola
hasta el África, que inmola
sus hijos en torpe guerra,
¡no hay un puñado de tierra
sin una tumba española!

Tembló el orbe a tus legiones,
y de la espantada esfera
sujetaron la carrera
las garras de tus leones;
nadie humilló tus pendones
ni te arrancó la victoria,
pues de tu gigante gloria
no cabe el rayo fecundo
ni en los ámbitos del mundo
ni en los libros de la Historia.

Siempre en lucha desigual
canta su invista arrogancia
Sagunto, Cádiz, Numancia,
Zaragoza y San Marcial;
en tu seno virginal
no arraigan extraños fueros,
porque indómitos y fieros
saben hacer tus vasallos
frenos para sus caballos
con los cetros extranjeros...

Y hubo en la tierra un hombre
que osó profanar tu manto...
¡Espacio falta a mi canto
para maldecir su nombre...!
Sin que el recuerdo me asombre,
con ansia abriré la historia;
presta luz a mi memoria,
y el mundo y la patria a coro
oirán el himno sonoro
de tus recuerdos de gloria.

Aquel genio de ambición
que, en su delirio profundo,
cantando guerra hizo al mundo
sepulcro de su nación,
hirió al íbero león,
ansiando a España regir,
y no llegó a percibir,
ebrio de orgullo y poder
que no puede esclavo ser
pueblo que sabe morir.

¡Guerra!, clamó ante el altar
el sacerdote con ira;
¡guerra!, repitió la lira
con indómito cantar;
¡guerra! gritó al despertar
el pueblo que al mundo aterra;
y cuando en hispana tierra
pasos extraños se oyeron
hasta las tumbas se abrieron
gritando: ¡Venganza y guerra!

La Virgen con patrio ardor
ansiosa salta del lecho;
el niño bebe en el pecho
odio a muerte al invasor;
la madre mata su amor,
y cuando calmada está,
grita al hijo que se va:
"¡Pues que la patria lo quiere,
lánzate al combate y muere;
tu madre te vengará...!"

Y suenan patrias canciones
cantando santos deberes,
y van roncas las mujeres
empujando los cañones;
al pie de libres pendones
el grito de patria zumba.
Y el rudo cañón retumba,
y el vil invasor se aterra,
y al suelo le falta tierra
para cubrir tanta tumba...

Mártires de la lealtad,
que del honor al arrullo
fuisteis de la patria orgullo
y honra de la Humanidad.
En la tumba descansad,
que el valiente pueblo íbero
jura con rostro altanero
que, hasta que España sucumba,
no pisará vuestra tumba
la planta del extranjero.


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